30 de juny 2011

CRÓNICA ANDALUZA (II)

Foto: Fernando Ruso (El Mundo)

(...Viene de hace dos días)
Ocho tipos que parecían haberse concedido una tregua de su arduo trabajo en un olivar –más que del despacho en el que atienden a familiares de recién difuntos con el propósito de sangrarles– integraban el auditorio al que tenía que dirigirme. El más anciano, con una sinceridad demoledora, sorprendentemente me ha tranquilizado: «Yo no zé pa que he venío zi, total, pazao mañana me jubilo». Le hemos reído la gracia y, de repente, sin venir a cuento, un compañero mucho más joven y con ganas de juerga le ha arrancado el bolígrafo que llevaba prendido de la camisa. «Trae pacá er boli, pixa, que ez de plata maciza y a ver zi de tanto manosssearlo me le vaz a quitar unos poquillosss de gramosss». Relajado por el clima de camaradería y el gracejo de aquel hombre ingenioso, no me ha temblado la voz cuando me han dado la palabra. He hilvanado con seguridad el discurso que traía preparado, del que, sobre la marcha –y creo que acertadamente–, he hecho desaparecer la única broma que me había permitido («si este producto de las crónicas de un adiós ha tenido tanto éxito en Cataluña es porque ha encontrado su nicho de mercado [¡valga la redundancia!]... »). Todo ha salido a pedir de boca. El gerente, tras guiñarme el ojo, se ha despedido diciéndome: «Ahora déjamelos a mí, que les voy a acabar de apretar las clavijas. Mañana, en Cádiz, nos volvemos a ver». Antes de salir, a través de la puerta entreabierta de uno de los velatorios, he reparado en una mujer de mediana edad que se rascaba la espinilla y me ha hecho recordar la pierna sin depilar de la protagonista de La soledad era esto, de Juan José Millás
Eran las once y media de la mañana, el lorenzo apretaba de lo lindo y yo, con americana, el ordenador en bandolera y arrastrando el trolley, no tenía mucho margen de maniobra. Quería caminar por Sevilla pero estaba lejos del centro y sólo disponía de un par de horas hasta la salida de mi tren. He optado entonces por coger otro taxi y, antes de bajarme enfrente de la estación de ferrocarriles de Santa Justa, me han llamado la atención en numerosos balcones las pancartas alusivas a la terrible plaga de palomas que, al parecer, asuela la ciudad.
Estaba hambriento y sediento. Pero no he tenido que dar más de un paso para que, de debajo de un adoquín, apareciera el primer bar: La Bodeguita de Santa Justa. Me he sentado en la terraza a cobijo del calor por un plátano enorme y, tras descartar muy a mi pesar el flamenquín de marisco y la carrilla ibérica al oloroso, he pedido media ración de croquetas de la abuela y otro tanto de albóndigas rellenas de choco y langostinos. Mientras esperaba los manjares, un largo sorbo a mi cañita –la primera del verano– me ha confirmado una vez más cuánta razón tiene en venerarlo el epicúreo escritor francés Philippe Delerm, el de El primer trago de cerveza y otros pequeños placeres de la vida. Y así, feliz como una perdiz en la avenida Kansas City –¡estos sureños son unos cachondos!–, he consumido mis últimos instantes en Sevilla. 

29 de juny 2011

PERE LLOBERA, PINTOR A TEMPS COMPLET

Llobera per Llobera

Reteniu aquest nom, lectors: Pere Llobera. És el pare del Joan i de la Camino, companys de classe dels meus fills, i l’autor de la pintura que ha encapçalat el bloc durant aquest mes de juny. Ara fa quatre anys, per a mi era un autèntic desconegut, l’extravagant individu que anava a l’escola a recollir els seus fills en xancletes i tacat de pintura de dalt a baix. Encaixava perfectament amb la cruel definició d’un altre pare –bocamoll– quan descrivia el tipus de fauna que porta els fills al col·legi Sant Felip Neri, ubicat a la plaça del mateix nom: «Aquí el que no surt per la tele o escriu, balla o pinta quadres. El cas és anar de guais i no fer brot!». Però, arran d’un viatge a Amsterdam amb la meva dona, en què, gràcies a la Merche, la del Pere, vam allotjar-nos en un petit estudi dins de la universitat on, durant dos anys, ell hi vivia becat per la Rijksakademie d’Holanda, vaig començar a conèixer-lo. Tot i que aquell espai era gairebé un amagatall, i una invitació a l’enyorança en la solitud de les fredes nits d’hivern neerlandeses –i en qualssevulla altres!–, vaig detectar signes de vida en un petit prestatge per sobre de les austeres taula i cadires. Hi havia uns quants volums de pintura, uns altres de filosofia, i al costat d’un exemplar de El cor de les tenebres –la meva novel·la preferida–, un opuscle que signava el mateix Pere Llobera i que havia editat la seva galeria. Jo comptava amb el temps just per acabar un dels dos llibres que duia i que tenia a mitges, Corre, Conejo, de John Updike, i per començar-ne l’altre, Una mujer difícil, part de l’agument del qual transcorria a Amsterdam, l’excusa perfecta per tornar a llegir el John Irving gairebé quinze anys més tard. Tanmateix, la curiositat va ser superior a mi i em va capgirar tots els plans. No vaig parar fins a no haver-me amarat amb els profunds pensaments que el Pere havia vessat en el seu llibret i que es basaven en gairebé un únic fil conductor: l’obsessió per la mort.
D’ençà d’aleshores, me’l vaig començar a mirar d’una altra manera. Vaig fer tot el possible per coincidir amb ell cada dia a l’animada tertúlia de pares al bar del lloro del costat del col·legi. De seguida em van seduir les seves encertades anàlisis de l’actualitat, a part de considerar-lo un opinador brillant respecte a qualsevol assumpte que baixés a l’arena de la nostra tafaneria. I, pel que fa al seu art, la pintura, no tinc cap dubte que hi excel·leix, i que malgrat que, després de vint anys de dedicació exclusiva, encara no sigui profeta a casa seva –ja sol passar, això, ja!– i que s’estigui guanyant les garrofes als Països Baixos, m’atreveixo a apostar sense por a perdre que no trigarà a obtenir el reconeixement també aquí. A mi, però, el que em té meravellat és la sòlida bateria d’arguments amb què justifica els seus quadres; sembla com si, davant de cadascun dels seus treballs, estigués defensant una tesi doctoral. Algú hauria de prendre’s la pena d’enregistrar-lo i assaonar les seves exposicions amb un suport oral.
L’any passat, gràcies a l’activitat extraescolar comuna dels nostres fills, vam passar junts algunes hores i vaig descobrir també el seu vessant humà (amb l’original regal d’un mango inclòs). Però sobretot em va quedar clar que estava davant d’un d’aquells excepcionals artistes de raça, covençuts de la seva condició, que la vida poques vegades et brinda l’oportunitat de conèixer. Un artista la frenètica efervescència cognoscitiva del qual, a més d’un excel·lent mirall en què reflectir-se, em va recordar una reflexió del poeta Joan Margarit: «És més important el que fem que el que pensem que volem fer».

28 de juny 2011

CRÓNICA ANDALUZA (I)

Foto: Imágenes Google

El frikismo de Mónica y Carles, mis siempre queridos compañeros de trabajo, me ha permitido salir de la rutina laboral durante un par de días y, de paso, conocer mundo. Habían reservado entradas para una doble sesión de Phenomena –esa reciente y exitosa iniciativa basada en la proyección de películas taquilleras de los años ochenta– y han renunciado a viajar a Andalucía, una de las zonas de la geografía española donde, de la mano del grupo de servicios funerarios Mémora, nuestra empresa pretende expandirse. Así que, gracias a Regreso al futuro y E.T. el extraterrestre, he ido yo en su lugar, no sin un íntimo agradecimiento a la responsable de nuestro departamento, Txell, por no haber puesto reparos a causa de mi falta de experiencia.
El caso es que a las cuatro de la madrugada ya estaba yo en danza, pues el vuelo a Sevilla, mi primer lugar de destino, salía a las siete. La noche anterior había cenado lo justo para poder engullir algo a esa hora intempestiva, y sin duda he dado en el clavo con la estrategia: las dos tostadas de pan de cinco cereales con mantequilla y miel que me he zampado no sólo me han sentado de rechupete sino que me han mantenido en pie de guerra durante buena parte de la mañana.
En el control de pasajeros del aeropuerto, el humillante suplicio por el que, desde el 11-S, todo quisqui pasa, ha provocado el extravío momentáneo de mi tarjeta de embarque. Presumo que se me habrá escurrido mientras me sentía como una pescadera de Santurce (Pascual dixit) cargando algunas de mis pertenencias –cinturón, llaves, móvil, reloj, cartera… – en una bandeja de plástico para pasarlas por el detector. Reconozco que, durante unos inacabables segundos, un sudor frío se ha adueñado de mí, pero he reaccionado rápido y se lo he advertido a un diligente guardia civil. En un periquete, y como por arte de magia, la tarjeta de embarque ha regresado a mis manos.
En el vuelo, he seguido repasando mentalmente los puntos débiles de la charla que había de dar en la capital andaluza hasta que, de repente, un plácido duermevela me ha traído de nuevo esa irresistible sonrisa que me viene obsesionando en los últimos tiempos. 
En Sevilla, un imprevisto. El taxista desconocía la dirección encomendada. De nada ha servido decirle que correspondía al tanatorio de la ciudad; su respuesta ha sido de lo más desalentadora: «¿A cuál de ellos, pixa?». Sólo quedaba una opción, llamar al gerente de la zona de Andalucía para que me lo aclarara. «Al de la SE-30». Así y todo, he llegado con más de una hora de adelanto y, después de asegurarme del buen funcionamiento de la parte técnica –esto es, de conectar mi ordenador al proyector digital y de recurrir al “pincho” que traía para tener conexión a internet–, he dejado que el gerente, erigiéndose en mi anfitrión, me paseara, ahíto de gozo, por todo el tanatorio. He visto las capillas, algunas salas de vela con sus tristes y decimonónicos sofás Chester de skay verde, el columbario, la cafetería... Pero nada comparable al armario ropero, un almacén repleto de ataúdes. Confieso que habría querido salir corriendo y que no he podido evitar preguntarme qué hacía yo allí.
(Continuará... )

27 de juny 2011

LA TRIESTE DE MAGRIS (i II)

Foto: Imatges Google

( ...Ve de fa dos dies)
Recupero l’èxtasi del dia anterior així que entro a l’Hospital Psiquiàtric San Giovanni, on romangué fins a la mort el pintor vienès Vito Timmel (1886-1949), deixeble de Klimt. M’estremeixen els seus dibuixos de construccions laberíntiques que, dia rere dia, conforme anava perdent el cap, entregava al seu cuidador. Timmel comparteix amb Magris una viudetat prematura, qui sap si la causa del seu particular cataclisme. Toco fons a la blanca cel·la buida i encoixanada que ha de donar pas a l’esperança amb el Marco Cavallo, una rèplica del cavall de Troia que van construir els malalts de la institució sota els auspicis del director Franco Basaglia, un autèntic renovador en el camp de la psiquiatria amb l’aplicació dels mètodes de la psicoanàlisi del seu admirat Sigmund Freud.
És el moment de permetre’s un respir a la Piazza Unità, una de les places més representatives de la Itàlia de principis del segle XX. S’hi fusionen l’aigua de l’Adriàtic, la pedra dels nobles edificis i el foc d’un cel sempre incendiat a l’albada i al capvespre. I m’arriben els sons del parrupeig dels coloms, de la fressa del mar i de la xerrameca de la gent al Caffè degli Specchi. Però és en un altre cafè, el de San Marco, el més famós de Trieste, on entreveig l’animada conversa que mantenen James Joyce i Italo Svevo –quan no era Ettore Schmitz o Leopold Bloom–, i on em puc imaginar també al Claudio Magris, un dels més grans intel·lectuals vius de l’actual Europa, amb la granota de treball, en ple procés creatiu. I no puc passar tampoc sense entrar a la llibreria antiquària de l’escriptor Umberto Saba, «l’antre negre i fosc» que l’alimentà durant quaranta anys.  
Però el moment més esperat arriba a la sala del Danubi, el riu del naixement incert (a Donaueschingen o a Furtwangen?), on avanço amb dificultat mentre m’aturo en els diversos enclavaments dels seus meandres, a l’Ulm de l’Albert Einstein, al Günzburg del Josef Mengele, al Linz on s’hauria retirat l’Adolf Hitler, al Mauthausen de l’horror, al Grein de l’August Strindberg, a la Timisoara que va enderrocar Ceausescu, al Ruse de l’Elias Canetti,... I em faig la ferma promesa que algun dia aconseguiré llegir El Danubi de Magris, el llibre que més vegades he començat.
No sé si visitaré mai Trieste, però el fet d'haver acudit a aquesta proposta del CCCB, a mig camí entre el viatge in situ i l’aventura de butaca, ha estat, sens dubte, la millor iniciativa que he tingut durant el mes de juny. Un cop més, gràcies pel consell, amics del club de lectura!

26 de juny 2011

LA CARRERA DE MERCEDES

Foto: Imágenes Google

Como madre no hay más que una y la mía cumple años precisamente hoy, me he permitido colgar un breve relato suyo que encontré el otro día rebuscando entre papeles. Lo escribió en 1992, aquejada también ella por la anómala suerte de fiebre olímpica que durante unas semanas de aquel inolvidable año afectó a tantos barceloneses. Espero que sea de su agrado y del vuestro, lectores.
«Yo me apunté como Voluntaria en los Juegos Olímpicos porque últimamente estoy en una forma increíble. Pero lo que nunca podía imaginar es que el propio Samaranch viniera a casa a buscarme para suplir una vacante: una participante de Ghana se había rajado y los dejó colgados, así que pensaron en seguida en mí porque es que el Sr. Samaranch me había visto correr un día cuando venía de la plaza y era muy tarde y todavía tenía que hacer la comida. «¡Qué estilo!», debió de pensar. Así que me llevé una gran alegría porque entrenada ya lo estaba, ya. Me fui a Montjuïc corriendo, pero corriendo en todo el sentido literal de la palabra y me incorporé a la carrera que ya estaba empezada. Salí por la calle tres que me habían reservado y en un pis pas ya estaba al lado de una negrita de Kenia que llevaba un moñete y unos aros de oro preciosos.
En fin, la carrera fue mucho más cansada de lo que me imaginaba pero suerte que eché mano de mi Isostar y en un periquete me planté en primera posición. Gané a una negra del Unificated Team, a otra de Kenia, a otra de Sudáfrica, a todas las negras habidas y por haber y a una moscovita de Moscú que era muy paliducha pero que corría que se las pelaba, la tía. Bueno, gané la primera vuelta porque se ve que pensaron: 'Déjala que s’esbravi', y yo, claro, entre el Isostar y las ganas que tenía de terminar, porque la verdad es que en casa me dejé todo por hacer por la dichosa carrerita, pues eso, que en la primera vuelta me dejaron hacer, pero en la segunda, ¡ay, madre!, en la segunda empezaron a correr las condenadas y yo alucinando... 'pero, ¿dónde van éstas?'. Pues sí que tienen prisa. Claro, sus casas aún están más lejos y, a lo mejor, hasta las camas se habían dejado por hacer. Pero luego me remonté, ya lo creo que me remonté, y me dije: '¡Qué diantre! A la mierda la faena de la casa. Yo he venido aquí a ganar...'. Pero al final me ganó por pelos la sudafricana, mejor dicho, por pelos no, por morro, porque tenía una bemba que la hizo llegar a la meta cuatro centésimas de segundo antes. Ya sabía yo que con esta boquita de piñón que Dios me ha dado no tenía ninguna posibilidad de ganar».
Mercedes García Penalba (verano de 1992)

25 de juny 2011

LA TRIESTE DE MAGRIS (I)

Foto: Imatges Google

Diversos canons d’aire em donen la benvinguda. Representen la bora, un vent que només es troba a Trieste i que neix als Alps Julis i es precipita de les muntanyes cap al mar. Durant la tardor i l’hivern, hi bufa un de cada quatre dies. Per als triestins suposa un alegre enrenou, fins al punt que quan no es manifesta la troben a faltar. I això que quan esdevé impietós es veuen obligats a posar cordes al carrer per a no ser-hi arrossegats. Potser en un dels seus enfrontaments amb la bora el jove filòsof italià Carlo Michelstaedter va entendre que la vida ordinària era absència de vida i a l’endemà d’haver enviat la seva tesi La persuasió i la retòrica, en què acusava la civilització occidental de l’ocultació de la realitat en la retòrica mitjançant la paraula, es disparava un tret al cap i acabava així amb la seva resignació vital, la veritable mort.
Encara no he dit que estic al CCCB, a la primera sala de l’exposició La Trieste de Magris, esperonat per les enfervorides recomanacions dels meus companys del club de lectura.
Ara entro a una altra estança plena d’estranyes pedres. Llegeixo que són una mostra del carst triestí, o sigui, roques perforades per l’aigua als sòls calcari i dolomític d’aquest indret, i que conformen els turons i muntanyes que envolten Trieste, un dels paisatges més misteriosos i rars del planeta. Les foies, és a dir, les fissures àmplies i profundes del terreny càrstic, formen cavitats, grutes, avencs, i amaguen històries esgarrifoses, com execucions de triestins per partisans del mariscal Tito al final de la II Guerra Mundial o, en l’actualitat, franquejos fronterers il·lícits d’immigrants africans a través d’aquests boscos. Val a dir que els habitants de Trieste s’estimen el carst gairebé tant com el mar.
I arribo al bell mig d’aquesta ciutat costera, al no lloc, al laboratori que ara fa dos-cents anys va obrir la porta a una Europa nova que rebia el nom de «multiètnica». El visitant ha de fer un esforç per entendre on és. A Itàlia? A Àustria? A Bohèmia? A Grècia? A Turquia? L’encís del lloc és precisament no ser d’enlloc, no tenir fronteres, ni prejudicis, ni enemistats... El non luogo del Claudio Magris, l’ordidor d’aquest recorregut que comença a captivar-me. Com a bon amfitrió, l’escriptor triestí em permet entrar fins i tot a la seva llar i fer una ullada als seus objectes quotidians, a la seva història des de la infantesa fins a l’edat adulta, a la seva manera de treballar –gairebé en simbiosi amb la seva dona difunta, la també escriptora Marisa Madieri–. De sobte, com acostuma a passar quan un està a la glòria, arriba un aixafaguitarres del servei de seguretat i em convida a marxar perquè he exhaurit el meu temps. El museu ha de tancar. Demà hi torno!
(Continuarà...) 

24 de juny 2011

VIAJE EN AUTOCAR

Foto: Imágenes Google

Me siento avergonzado de mi comportamiento durante la verbena de San Juan que pasamos con los amigos en el cottage de Pascual y Loli en el balneario de Vallfogona de Riucorb. Una botella de cava Torelló –algo desbravado–, compartida a media tarde con Fany, me desarmó de tal manera que a las once de la noche, en el séptimo cielo, ya dormía como un rorro. No oí ni petardo ni probé pedazo de coca ninguno. Para cuando me he despertado, once horas después, ya no había posibilidad de resarcir a los anfitriones. El feo estaba hecho. Incapaz de desprenderme de la culpa en todo el día, a las siete de la tarde y cabizbajo, me he subido en Tàrrega a un Alsina Graells de regreso a Barcelona. Iba solo. Gajes del oficio. Mañana trabajo. Hundido como estaba, de repente me ha venido a la cabeza el libro Viaje en autobús que Josep Pla escribió en castellano en 1942 y que perdí en el puestecillo de Véronique del pasaje de Les Cabres cuando ya era mío porque una mano más rápida que la mía se me adelantó. Una vez más la literatura me ha salvado. Sin saber cómo, he recuperado el ánimo y me he propuesto sacar de lo perdido lo que pudiera. Así que, desde mi privilegiada ubicación en la primera fila de asientos, he ido tomando notas de cuanto veía. De entrada, he reseñado la sensación de seguridad que me han trasladado los fuertes brazos y las enormes manos del conductor al volante. Pero quien de verdad daba juego era la señora del otro lado del pasillo, justo a mi izquierda, explicándole con pelos y señales todo el trayecto a alguien por el móvil. «Acabem de sortir de Tàrrega, i no, no m’he pres cap pastilla, però només he menjat un puré i fruita... ». Inacabables campos de olivos y trigales ya segados; kilómetros y kilómetros de paisaje moldeado por el hombre. En la Curullada, una gasolinera y el único puticlub de todo el camino. Después, Cervera, donde hemos entrado para recoger pasajeros. «Ara arribem a una rotonda sense guarnir, tota deixadota... ». Una familia de negros nos ha saludado desde un banco. Alguien ha explotado en los asientos traseros. «Calli ja, dona, que això és un martiri!». Afortunadamente, allí se ha apeado la cotorra. El autocar ha reanudado la marcha, renqueante –el conductor no se aclaraba con la maquinita expendedora de billetes–. Hemos dejado atrás Sant Pere dels Arquells, Hostalets, Sant Antolí y Rubinat. A esa altura una lejana noche de invierno un jabalí muerto en la carretera me destrozó el parachoques del coche. Más adelante, los 665 metros sobre el nivel del mar de La Panadella y el cruce de caminos de Montmaneu en dirección a La Llacuna, Santa Coloma de Queralt y Sant Guim de Freixenet, donde viven los abuelos del novio de Shakira. En lontananza, una hilera de molinos de viento. Y al fijar la vista en la carretera, un pensamiento triste: «¿Se puede ser menos que las malas hierbas que crecen en la medianera?». Antes de llegar a Igualada, los 98 muertos y 420 heridos graves en lo que llevamos de año estampados en la cara, con textura de pastel de merengue, por obra y gracia de un aguafiestas cartel luminoso. Y, por fin, Montserrat, iluminada por un haz refulgente que se ha abierto paso a través del cielo encapotado, como una epifanía. En cualquier caso, por sí sola, la luz de esa hora del atardecer se basta para saturar todos los colores. No veo el rojo y blanco del Alsina Graells, pero me siento igual de complacido que si estuviera en el Ford Gran Torino de Starsky y Hutch. ¿Nos envidiará acaso el resto de conductores? Ahora, a su paso por Pallejá, hasta las aguas del Llobregat y los míseros huertos de posguerra que lo custodian resplandecen. Sin embargo, la magia se evapora en cuanto el conductor pone la radio. «La retirada del retrato del Rey del Ayuntamiento de San Sebastián por decisión del alcalde de Bildu... ». ¡Cagada la hemos!

23 de juny 2011

PRESENT I PASSAT DEL GENOCIDI DE RUANDA

Foto: Imatges Google

Pauline Nyiramasuhuko, l’exministra ruandesa de Família, de seixanta-cinc anys d’edat i pertanyent a l’ètnia hutu, ha estat la primera dona condenada a cadena perpètua per genocidi. El Tribunal Penal Internacional per a Ruanda (TPIR) l’ha considerada responsable d’haver organitzat el segrest i la violació de dones i nenes tutsis, la casta minoritària, durant l’extermini del 1994 que deixà l’aterridor balanç de 800.000 morts. Testimonis de les supervivents la recorden donant instruccions als seus des d’una furgoneta a fi d’anihilar els compatriotes escarabats –nom amb què els hutus van batejar els tutsis–. Vull recordar que la comunitat internacional, que es va negar a contemplar el terme «genocidi» per no haver de moure un dit i continuar conservant així la seva influència a l’Àfrica i l’accés a les matèries primeres, va ser, amb la seva actitud hipòcrita i cobdiciosa, la veritable instigadora del drama. I no només del ruandès sinó també del congoleny, en permetre amb la seva incomprensible i condemnable inacció que l’èxode massiu de refugiats del genocidi al país veí precipités les dues guerres civils posteriors del Congo.
Quan rememoro aquell any atziac per a la història de la humanitat, no puc deixar de veure la corrua de ruandesos hutus amb la mirada extraviada i una presència gairebé espectral de camí cap a la frontera, desesperats per posar-se fora de perill però conscients de l’orgia de sang i horror en què han estat participant durant tres inacabables mesos. Perquè, per molt estrany que pugui semblar, els qui fugen són els agressors, no les víctimes.  
    Tot i que aleshores Europa estava sumida de ple en la guerra dels Balcans i que l’atenció informativa se centrava en aquell punt calent, a mi em costava molt més sustreure’m a la desemparança de la gent ruandesa. I més quan, dos anys abans, havia estat a punt de canviar els meus plans de viatjar a Austràlia per culpa de l’escena d’un documental del National Geographic en què un goril·la acaronava un camaleó amb el dit a les muntanyes de Virunga. Les primeres lectures aclaridores sobre el conflicte ruandès començaren de la mà del periodista John Carlin, qui amb la seva esfereïdora trilogia de Nyamata, dins del llibre Heroica tierra cruel, m’endinsà en l’infern com només abans ho havia aconseguit el Joseph Conrad. I què dir de l’extraordinària pel·lícula Hotel Rwanda que, basada en un fet verídic i tant meravellosament interpretada per l’actor Don Cheadle, mostra amb tota la cruesa fins a on pot arribar la maldat de l’home. Però el súmmum arribà amb Una temporada de machetes, on les entrevistes del reporter francès Jean Hatzfeld a un grup de genocides hutus empresonat al penal de Rilima em van fer entendre que, al seu costat, els contes de l’Edgar Allan Poe eren en realitat un pur joc de nens. Per això és tan necessari que els assassins notin com l’ombra de la justícia acaba d’un cop de ploma amb la impunitat dels seus crims.

22 de juny 2011

LOS TENGO COMIENDO DE MI PIE

Foto: Toni Soler

Vivo en una ciudad tan cosmopolita y receptiva a lo nuevo que la expresión «los tengo comiendo de mi mano» ha pasado ya a mejor vida. Ahora la que debe acuñarse, la más cool, es la locución «los tengo comiendo de mi pie». A quien desconfíe de la veracidad de la afirmación no hay más que remitirle a la foto de hoy, los mismísimos pinreles del popular presentador Toni Soler siendo devorados por unos pececillos que él mismo ha retratado y colgado en su twitter. Al parecer, acaba de abrir en Barcelona, con notable éxito de público, el primer centro de peces callistas o de ictioterapia, un saludable tratamiento consistente en la ingesta de piel muerta por parte de unos pequeños vertebrados acuáticos conocidos como Garra Rufa o Pez Doctor cuyos asombrosos resultados en la lucha contra algunas enfermedades epidemiológicas, como la psoriasis, hace ya años que vienen siendo probados. En Turquía, de donde son originarios estos laboriosos Garra Rufa, se utilizan desde hace un siglo. Ahora bien, la fiebre por dicha terapia no se desató hasta el año 2006 cuando en Japón –como no podía ser de otro modo– se inauguró el primer establecimiento que contaba profesionalmente con los servicios del citado pececillo. Del país del sol naciente se extendió a China y Corea del Sur, y, en los últimos meses, a todo el mundo. Las sesiones suelen durar unos treinta minutos y, a fin de lograr el propósito deseado, lo recomendable, según algunos esteticistas, es someterse al tratamiento una vez por semana durante cuatro seguidas.
Si bien no niego que, sobre el papel, el asunto tiene buena pinta, de repente han surgido algunas dudas y me he visto invadido por cierta desconfianza. Por ejemplo, ¿qué pasa cuando los Garra Rufa estén tan cebados que ya no puedan seguir engullendo? Tal como se las gasta el capitalismo, estoy convencido de que sus explotadores no los van a tener trabajando menos de diez horas cada día. ¿Serán entonces igual de efectivos con el usuario que acuda a la última sesión de la jornada que con el que lo haya hecho a primera hora de la mañana? ¿Existirá una carta de reclamación para clientes descontentos o devolverán el dinero? ¿Y si engordan de tal manera que sus mordiscos empiezan a resultar dolorosos? ¿Y si se dan insospechadas infecciones ante el dispar elenco de pacientes tratados? Y a medida que los pececillos vayan bajando su rendimiento y se decida prescindir de ellos a fin de sustituirlos por otros congéneres, ¿tendrán una digna jubilación o, por el contrario, pasarán a engrosar la lista de tapas de los bares del Paseo de Gracia? Y respecto a las asociaciones pro defensa de los animales, ¿qué? ¿Se han previsto sus más que probables denuncias? No sé, no sé. Creo que, por si acaso, antes de que acabe la semana yo también voy a ir a experimentar las bondades del novedoso tratamiento.  

21 de juny 2011

UNA MICA D'HISTÒRIA SOBRE EL "CACAOLAT"

Foto: Imatges Google

Ara que tant es qüestiona la llet de bòvids i que hi ha una aposta clara per la llet vegetal i el seu inacabable reguitzell de propietats –almenys, això diuen els entesos–, he sentit un programa de ràdio que m’ha fet veure la llum quant al sorgiment de la indústria làctia a Catalunya. L’assumpte segurament no m’hauria interessat gens ni mica si no s’hagués vist implicada una de les meves begudes preferides, el Cacaolat. Jo sóc dels qui el va descobrir en un context excepcional i, com a tal, quan el prenc gaudeixo per partida doble: d’una banda, del sabor del màgic beuratge i, d’una altra, del record entranyable. La troballa va tenir lloc a l’edat de set anys, a la fonda de Sant Llorenç de Morunys, al Solsonès, on durant una inoblidable setmana blanca d’esquí, en ple hivern, hi vaig estar fent nit amb els meus companys del col·le. Mai no he pogut oblidar la reconfortant sensació de prendre’m aquell sensacional batut calent a la vora de la llar de foc. Després, ja de gran, com que sóc un home de poc cafè –poca fe (perdoneu un altre cop el joc de paraules, amics que sempre me l’escolteu, però tenia ganes de fer-lo constar per escrit)–, m’ha salvat no poques vegades de saber què demanar-me en els bars a les hores inapropiades per prendre’m una cervesa o un gintònic. I això també és motiu d’agraïment.
Doncs bé, el programa al que feia menció més amunt no és un altre que l’En guàrdia, emès els diumenges al matí a Catalunya Ràdio i presentat pel periodista Enric Calpena, que va ser professor meu a la carrera i de qui guardo el record d’una còmica caiguda sense conseqüències a les escales de la facultat de Bellaterra que va suscitar la hilaritat unànime dels alumnes. Amb el suport de l’historiador de la casa, el Josep Maria Solé i Sabaté –que ha recuperat els seus galons després que l’Oriol Junqueras optés per la política europea– i d’un convidat molt especial, l’historiador Jordi Viader, en Calpena va revelar com va néixer a Catalunya la indústria làctia. Sembla que tot començà pels volts de 1880, quan les lleteries i les vaqueries van entrar de ple a la ciutat –haig de dir que em vaig sentir alleujat en adonar-me que no estem tan lluny de l’admirada cultura oriental, reàcia a aquest aliment–. Durant molts anys, la llet havia estat un medicament que només es prenia en situacions extremes o bé es consumia en les zones rurals. Però, durant les primeres dècades del segle XX, diverses iniciatives empresarials i ramaderes van millorar-ne la salubritat. La llet es va convertir així en un producte de primera necessitat; aquest fet portà la comercialització de tota mena de derivats, especialment llet condensada, iogurts i batuts. El primer anunci conegut de llet, de l’any 1880, era de la vaqueria i lleteria d’Esteve Fontriera, al carrer Petritxol. Les primeres grans empreses del sector neixerien d’aquests negocis familiars, com la granja Soldevila o la granja Torre de Segarra. Un d’aquells pioners va ser en Marc Viader –avi de l’historiador convidat–, propietari d’una pròspera granja a Cardedeu. El 1925, ell i una sèrie de socis van fundar l’Asociación de Receptores y Vendedores de Leche de Barcelona, més coneguda com a Letona, amb l’objectiu d’assegurar-se el subministrament regular de la matèria primera. Un viatge a Hongria el 1931 va ser el detonant per a la creació del primer batut industrial de llet i cacau al món, el Cacaolat. Val a dir que la seva implantació a Catalunya fou tot un èxit i que si no hagués estat per la Guerra Civil el seu creixement hauria resultat imparable. El destí ha volgut després que acabés sent propietat del Ruiz-Mateos & family. Però aquesta ja és una altra història. Sigui com vulgui, i encara que els temps i les modes hagin canviat, jo tinc molt clar que en el meu inconscient individual sempre hi haurà un racó per al Cacaolat.   

16 de juny 2011

LA SORPRESA

De un lateral del enorme vestidor de su torre en la calle Doctor Farreras i Valentí descolgó el caro traje confeccionado a medida que la asistenta filipina le había dejado a punto para la jornada de presupuestos a la que se veía obligado a asistir en el Parlament. Un placentero escalofrío lo recorrió de arriba abajo en cuanto la camisa de trescientos euros quedó impregnada de la exclusiva colonia francesa que unos minutos antes, tras la ducha, había escampado por su pecho. Mientras removía con la zurda los gemelos de plata en el cuenco de cristal de Murano como si fueran bolas de un sorteo futbolístico aún tuvo tiempo de cerrar por teléfono un ventajoso negocio inmobiliario nacido de la crisis. De camino al Parlament ya llamaría a su agente de bolsa neoyorquino, al que, atando en corto, despertaba a diario para que lo mantuviera al corriente de sus inversiones en el otro lado del charco. Se tomó su café colombiano y, después de ajustarse la corbata de seda de rayas, volvió a pasarse el peine por el cabello y se golpeó el mentón con los nudillos ante el espejo.


El taxi lo dejó en la Avenida Meridiana e inició el paseo, cartera de piel en mano, espoleado por las buenas noticias que había recibido de los Estados Unidos, con la ligereza que le otorgaban sus suaves mocasines italianos. De repente, a la altura de la calle Wellington, donde con suerte esperaba oír el gruñido de algún felino enjaulado desperezándose, se vio sorprendido y rodeado por un grupo de gente indignada que empezó a increparle. ¿Cómo era posible? Aquello no entraba dentro del guión. Los hacía durmiendo la mona tras una noche de juerga y borrachera, o bien remojándose en su cruda realidad bajo la fuente de la Plaza Catalunya. Trató de avivar la zancada, desorientado, pero pastosos alientos en el cogote lo acojonaron vivo.
– Auxili! –acertó a proferir desvalido, con un nudo en la garganta y una mano en la boca, carente de la dignidad del vigía que anuncia el peligro o del mozuelo que vende periódicos.
Inexplicablemente, el cobarde se fue de rositas, aunque con un escupitajo de llama en la espalda. Se había sentido carnaza lanzada para que la devorasen y, cuando el pulso se restableció, se dijo que alguien iba a tener que pagar muy caro su paso por la tintorería. 

15 de juny 2011

DOS PINTORS CATALANS PER A UN EXÈRCIT

Foto: Imatges Google

Avui en dia, la meva relació amb tot el que faci ferum de militar és gairebé inexistent –excepte quan, de tant en tant, haig d’adoptar una certa marcialitat per tal que els meus fills no se m’insubordinin–, però n’hi hauria prou amb una petita empenta perquè això no fos així. Al cap i a la fi, tinc un passat intensiu de pel·lícules de guerra, àlbums de cromos i còmics de temàtica bèl·lica i jocs de carrer amb un inacabable arsenal imaginari i el repertori d’exèrcits més variat, del qual em resulta impossible sostreure’m. És per això que no em costa gens identificar-me amb la dèria del marit de la meva amiga Victòria, el Lluís, per qualsevol indici –olfactori o no– de manifestació castrense.
L’última de les seves va abocar-los de cap i de vint-i-un botó al Palacio de Capitanía General de Barcelona. El motiu? La inauguració d’una exposició de pintura que, sota l’epígraf Dos pintors catalans per a un exèrcit, va celebrar-se en tan incomparable marc la primera setmana de juny amb motiu del Dia de les Forces Armades. No se la podien perdre! I jo, si ho hagués sabut, tampoc no me l’hauria perduda! Aquesta estimulant mostra pictòrica comparativa dels dos artistes catalans més emblemàtics en temàtica militar va tenir lloc al Saló del Tron. D’una banda, hi havia quadres del Josep Cusachs (1851-1908), ben conegut pels amants de la pintura, bona part de l’obra del qual roman encara sense exposar en nombroses dependències militars de la nostra geografia. D’una altra, l’Augusto Ferrer-Dalmau (1964), possiblement el millor pintor de batalles del país i continuador del llegat de Cusachs, ja que reflecteix fidelment la tradició militar i eqüestre espanyola. Del primer se sap que fins i tot va tenir una carrera com a oficial d’artilleria durant la Tercera Guerra Carlina (1872-1876). Del segon, que actualment viu a Valladolid per no ser profeta a casa seva i que reflecteix amb una fidelitat esbalaïdora tots els aspectes de la milícia: campanyes, maniobres, valors, actituds, uniformes, materials...
La Victòria em confessà que gairebé tant plaent com la contemplació de la pintura van ser els afalacs que va rebre per part de les autoritats militars que s’hi van aplegar. «Jo crec que mai abans ningú no m’havia besat la mà d’aquesta manera. Em van fer sentir com una autèntica senyora! Per una vegada em vaig alegrar de la sublimació obsessiva del Lluís per no haver prestat el servei militar!».

14 de juny 2011

NEGRAYCRIMINAL (VI)

Foto: Imágenes Google

En medio de la multitud de turistas que se arracimaba a aquella hora de la mañana en el semáforo de la calle Dr. Aiguader, desde donde se tiene acceso directo a la Barceloneta, alguien me puso suavemente la mano en el hombro. Era Paco Camarasa, en cuyo rostro se adivinaba un disgusto de tres pares de narices. Al parecer, regresaba del restaurante argentino al que teníamos que ir a comer con la frustración de habérselo encontrado cerrado. Traté de quitarle hierro al asunto y en el camino que quedaba hasta NegrayCriminal consiguió olvidarse del chasco durante unos minutos mientras decía maravillas de una policíaca danesa que acababa de descubrir.
Precisamente, también iba a llevarse del club de lectura una nota muy destacada la novela del mes, Crimen en el Barrio del Once, del veterano escritor argentino Ernesto Mallo, cuyo subtítulo aclara que se trata del primer caso del comisario Lascano. Montse Clavé, la librera, tomó la palabra y la definió como un libro bombón, hecho para gustar, con una buena trama, ocurrentes frases y la extensión idónea. La secundamos todos y coincidimos en lo sustancioso de sus páginas y en la acertada variedad temática que despliega el autor –dictadura de Videla, represión, nazismo, trata de blancas y robo de niños–. Además, cuenta con la particularidad de que el crimen que ha de desencadenar la pesquisición del protagonista se hace de rogar, puesto que no se perpetra hasta consumidos tres cuartos de lectura del libro. Ello permite al lector conocer cómo se va fraguando el delito y las motivaciones de los asesinos. Y luego están esas frases brillantes y tan negras que a nadie deberían pasárseles por alto: «Todo lo que no es útero es intemperie»; «El cielo tiene playas donde evitar la vida»; «No amar por temor a sufrir es como no vivir por temor a morir»... Quiero destacar también el momento sobrecogedor que tuvo lugar cuando una compañera de origen argentino recién incorporada al club confesó el profundo dolor que le había causado el libro y cómo Mallo había traído a su inconsciente viejos fantasmas del pasado con su precisa radiografía del contexto histórico.
No, no hubo restaurante argentino. Pero puedo asegurar que no lo añoré, ya que en la terraza de la plaza de la Font, delante del mercado de la Barceloneta, donde comimos, el clemente sol primaveral y la estimulante conversación de los compañeros me hicieron olvidar cuán largo ha sido este año el invierno.

13 de juny 2011

COLLDEJOU I PERUCHO

Foto: Imatges Google

El passat dissabte vaig fer nit a Colldejou, un petit municipi del Baix Camp, després de respondre a la generosa invitació dels meus amics Karina i Marc amb un viatge llampec. La vila està enclavada entre la muntanya de Llaberia i la Mola de Colldejou, molt característica per la seva forma i amb vistes a bona part de la província gràcies a la seva alçada (921 m) i privilegiada ubicació. Des de la terrassa de l’esplèndida casa de la parella amiga resulta tan impossible abstreure’s de la magnificència del paisatge com no recordar-se de Les històries naturals, amb tota seguretat la novel·la més reeixida del Joan Perucho. Aquesta obra va donar peu a un capítol anecdòtic en la meva etapa de viatjant d’enciclopèdies. Va ser durant la primavera de l’any 2003, just després de rellegir-la –l’havia llegida per primera vegada a l’institut i, al contrari del costum habitual, em vaig arriscar a fer-ne una segona lectura–, tot un encert. El llibre respongué tan bé a les expectatives que, joiosament enlluernat, em vaig proposar reproduir l’itinerari que, des de Barcelona fins a Pratdip (ben a prop de Colldejou), havien seguit l’il·lustrat naturalista liberal Antoni de Montpalau i el seu cosí, el capità de fragata Isidre de Novau, per tal de descabdellar el misteri d’Onofre de Dip, cavaller del rei En Jaume convertit en vampir. Així doncs, durant gairebé un trimestre la meva ruta laboral s’inicià deixant enrere la ciutat en direcció sud, franquejant les poblacions de Sant Just i Esplugues, L’Hospitalet i Sant Feliu, fins a Molins de Rei; continuà ascendint a l’Ordal per sumir-me en la llarga planúria que travessa Vilafranca, l’Arboç i Bellvei, camí del Vendrell. D’allí, un cop superada Altafulla, accedia a dues grans ciutats, Tarragona i Reus, a partir de les quals el trajecte es precipita per una lleu baixada fins a Cambrils i a l’Hospitalet de l’Infant. El camí natural per arribar a la destinació prevista, Pratdip, devia ser el de Mont-Roig, però com que els herois de Perucho van evitar-lo amb la idea d’esquivar les tropes carlines del Llarg de Copons, vaig optar per imitar-los. De manera que el viatge culminava amb una gran volta a la comarca passant per Falset. Com ja he dit, vaig poder prolongar aquest ritual literari durant tres feliços mesos, ja que les vendes en aquella contrada inexplorada no van anar malament del tot. Puc assegurar, sense por a equivocar-me, que és aquí on he viscut el contrast de llums més captivador de Catalunya a l’hora foscant. Sigui com vulgui, el que més em va impactar de tot plegat va ser el fet que, sense proposar-m’ho, vaig estar retent un homenatge pre mortem a l’erudit escriptor barcelonès, ja que tan sols uns mesos després arribà la trista notícia de la seva mort a l’edat de vuitanta-tres anys.