10 de juny 2011

ANIMALES QUE VIENEN Y SE VAN (Y II)

Foto: Imágenes Google

(... Viene de hace dos días)
A principios de este año el propio Oriol Alamany informaba en Facebook de la aparición de una nueva especie de lobo en Egipto. Ahora bien, tengo que reconocer que por lo inesperado que fue en su momento, para mí el descubrimiento que más me conmovió se produjo en el verano de 1994, cuando leí la noticia de que en una selva remota de Vietnam se había hallado un animal sin parientes cercanos conocidos, o sea, un nuevo género de mamífero para la zoología o, lo que es lo mismo, una auténtica rareza en pleno siglo XX. Estoy hablando del sao la, una especie de cabra que los científicos no tardaron en emparentar con el buey. De hecho, ése es su nombre común, el de buey de Vu Quang. El de sao la proviene de la denominación indígena local, que significa huso de tejer, no en vano sus cuernos se asemejan a estos largos implementos de madera. El caso es que este animal tímido y nocturno seguiría permaneciendo desconocido si unos científicos del Fondo Mundial para la Naturaleza (WWF) no hubieran encontrado, por casualidad, cráneos en los hogares de los aldeanos de la zona, descrita como un “mundo perdido aparentemente inalterado por la guerra”.
Antes de que acabara el siglo, me resultó muy impactante otro hallazgo digno de mención: el del celacanto, un pez que se creía extinguido desde el período cretácico superior y que puede llegar a medir hasta 1,90 metros y pesar 90 kilos. Bien es cierto que había aparecido alguno en la primera mitad del siglo XX en las islas Comores, pero lo llamativo es que el descubrimiento se produjo en Indonesia, un hecho que abría la posibilidad de encontrar nuevas poblaciones en cualquier otro punto del planeta.
Y luego están los hallazgos de hace un par de años en Papúa Nueva Guinea, que venían a sumarse a los del biólogo australiano Tim Flannery, como los canguros arborícolas dingiso y tenkile, el cuscús de pelaje dorado, la rata gigante o algunas aves del paraíso.
Sea como fuere, este catálogo de descubrimientos no puede compensar el dolor que me produjo en el año 2000 la muerte de Celia, el último ejemplar de bucardo ibérico. Fue una extinción de especie indigna –le cayó encima un árbol– y, pese a que yo ya estaba prevenido, pues dos años antes ya se anunció que Celia era la única superviviente de esta subespecie de cabra montesa en la península, confieso que durante un tiempo me horrorizó pensar que aquel pobre animal pudiera estar viviendo su vida sin un congénere al lado. Celia ha desencadenado estos posts –seguramente aburridos– y fue la que me llevó el otro día hasta el Mecanoscrit del segon origen, de Pedrolo. Sirva en todo caso su pérdida para concienciar una vez más al ser humano de la necesidad de conservar el planeta. 

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