6 de juny 2011

DIVAGACIONES EN UN PARQUE INGLÉS

Foto: Imágenes Google
Desde mi trabajo no hay más que cruzar la Diagonal para llegar a los jardines del Doctor Samuel Hahnemann, el sabio médico alemán que supo ver en la homeopatía una alternativa a la medicina tradicional. Los descubrí el mes pasado, buscando distracciones en esas dos horas largas de que dispongo para comer al mediodía. Aunque me cuesta, me he llevado ya un par de veces el tuper. Cada vez me da menos vergüenza, pues mucha otra gente también come allí, y la verdad es que una vez dentro no tengo la sensación de estar en Barcelona, sino en uno de esos agradables parques londinenses que nadie dudaría en calificar de auténtico remanso de paz. Tener a mano un espacio natural agradable es lo que más echaba en falta de cuando trabajaba en los libros y, aunque ya sé que no veré jamás una ardilla descendiendo de su árbol para beber en un riachuelo o me embelesaré con el colorido de un arrendajo, como ocurría antes, se aproxima sobremanera a mi ideal de cómo administrar una pausa antes de regresar a la rutina laboral. De momento me conformo con permanecer sentado en un banco bajo una buena sombra, pero ya empiezo a plantearme la posibilidad de la esterilla, la nevera y la cestita de pícnic. Todo se andará.
Hoy mismo, pese a haber comido en un chino, no he dudado en acudir un rato para solazarme con la sutil brisa primaveral que corría mientras desentrañaba el intríngulis de una buena novela negra. De repente, la presencia de una bandada de esa especie de loros africanos cada vez más común en el paisaje de la ciudad, ha activado el pensamiento y ha desencadenado raras asociaciones, igual que en aquel divertimento de Juan Marsé, Un paseo por las estrellas, en el que el escritor unía dos nombres improbables como pareja cinematográfica –era el caso de Pepe Isbert con Marilyn Monroe o el de Marisol con John Wayne–, a través de un original paseo por el séptimo arte. Los loros me han llevado a Australia y me he visto hablando con un ranger cuyo trabajo consistía en matar zorros, gatos y conejos, especies introducidas en la isla-continente por los colonizadores europeos a principios del siglo XIX. Cuantos más matara, más protegía a la fauna autóctona. Paradojas de la vida. De ahí he pasado a preguntarme cuántas especies animales se habrán extinguido y cuántas otras descubierto desde que existo. (Sí, decidido está, pasado mañana incidiré en ello.) Inmediatamente después, he recordado otra vez a Saki, y su inquietante relato Gabriel Ernesto, de sus Cuentos de humor y de horror, y lo he asociado a L’enfant sauvage de François Truffaut, y a éste le he puesto debajo del brazo El mecanoscrit del segon origen de Manuel de Pedrolo… y… Y cuando me he dado cuenta, había consumido mis dos horas de descanso y he tenido que correr de lo lindo –sin llegar al extremo de jugármela ante el Trambaix– para llegar a tiempo a la oficina.

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