14 de març 2016

HE VUELTO A SER 'FINISHER'



Con mi hija Clàudia, el sorpresón del día
En la pasada edición de la maratón de Barcelona hinqué la rodilla a nueve kilómetros del final, por lo que me he pasado todo el año lamiéndome las heridas y entrenando como si me fuera la vida en ello. He subido hasta el castillo de Montjuïc unas cincuenta veces, no me ha importado coger el tren hasta Premià o Vilassar de Mar para regresar a casa corriendo y he buscado con ahínco el suelo blando del lecho del río Besós igual que un cowboy los ansiados pastos para su ganado. En definitiva, he disfrutado de lo lindo sufriendo para volver a ser finisher.
Hubo dos momentos memorables en la carrera de ayer. El primero se produjo en la Diagonal, cuando gocé de quince segundos de absoluta ingravidez mientras sonaba el Caruso de Lucio Dalla en mis auriculares (algún día hablaré en profundidad de esta sensación tan fugaz y placentera, el súmmum de todo corredor). El segundo, llegó después del kilómetro 34. Noté cómo me desprendía de la losa que había llevado a cuestas durante doce meses y me liberaba de toda la presión acumulada. Sabía que iba a ser muy difícil superar el tiempo del día de mi estreno tres años antes y me limité a paladear el último tramo del recorrido. En la calle Marina, como ya estaba previsto, se unió a mí mi amigo Gustavo y le confesé que no tenía ninguna duda de que iba a llegar al final. Estaba enterísimo e incluso me permití el lujo de desoír las quejas de mis tobillos, debilitados por tantos kilómetros de entreno acumulados. Ya habría tiempo para descansar y para mimarlos como se merecían con mi poción mágica de hierbas y arcilla verde. Delante de El Corte Inglés, gracias al calor de un público completamente entregado, desapareció también de una vez por todas el frío que me había martirizado en las calles sombrías del Eixample. Tan solo faltaba darse el gustazo de bajar a buen ritmo por la Via Laietana y de encarar el Passeig Colom antes de llegar al Paral·lel. Lo que no sabía era la sorpresa que aún me aguardaba: mi hija Clàudia saltaba un murete de piedra a la manera del espontáneo de una corrida de toros y se unía a nosotros para acompañarnos hasta la meta. Ni que decir tiene que se me hizo un nudo en el estómago y que me vi obligado a contener un puchero. El caso es que la interminable recta final, en la que casi fui llevado en volandas por mis fieles escuderos, me supo a gloria, y la puntilla de los últimos doscientos metros en subida la recordaré con deleite toda mi vida. He vuelto a ser finisher y, ahora más que nunca, tengo la plena convicción de que lo seguiré siendo mientras el cuerpo aguante.   


4 comentaris:

  1. Bravo!!!! M'has emocionat. Tu i la Claudia. Molt be i a veure si ens hi veiem el proper any!👏👏👏
    Ferran Alsius

    ResponElimina
  2. Bravo!!!! M'has emocionat. Tu i la Claudia. Molt be i a veure si ens hi veiem el proper any!👏👏👏
    Ferran Alsius

    ResponElimina
  3. Felicitats campió!!! Molt bé!!

    ResponElimina
  4. Ya puedo colgar en mi perfil de Facebok que hay un vecino FINISHER en mi escalera :-) enhorabuena !! . Me ha gustado también tu crónica de carrera.

    ResponElimina