15 de set. 2011

UNA NANNY PARA LAS VACACIONES

Foto: Imágenes Google

Tengo la certeza de que vuelvo a estar instalado en la rutina de lo cotidiano cuando, tras las vacaciones de los niños (¡uf, qué agonía!), acudo a desayunar con los padres de los compañeros de colegio de mis hijos al bar del loro de detrás del Palau de la Generalitat. Verme sentado en uno de los dos incómodos bancos de madera que custodian la gran mesa del fondo con mi Cacaolat en la mano es el mejor indicativo para determinar que todo sigue igual, que se han esquivado los temidos reveses del verano y que la ilusión por ver lo que nos deparará el día de mañana vuelve a ser la tónica dominante en el sentir general.
Nada más alentador que la sensación de pertenencia a un grupo consolidado conforme a los ciclos escolares que nuestros hijos han ido dejando atrás y al que le aguarda el futuro de los que todavía les quedan por delante. Se ha llegado a tal grado de confianza que, en el reencuentro, ya ni siquiera se necesita interesarse con falsa cortesía por los destinos veraniegos de cada familia –la mayoría, sobradamente conocidos– y se retoman de manera natural las conversaciones detenidas al acabar el último curso académico. Por si fuera poco, a uno se le concede además el suficiente carrete como para opinar a sus anchas y la venia del adormecimiento de primera hora de la mañana en el caso de que su parecer desagrade. ¡Vaya bicoca!
El otro día el primero en decir la suya fue el pintor Pere Llobera, incansable a la hora de avivar el debate. No sé quién acababa de comentar con irónica resignación que las vacaciones perfectas eran las de los potentados, no tanto porque su opulencia conlleve la realización del más inimaginable capricho estival cuanto porque permite la cesión de responsabilidades paternofiliales en una o varias nannies. «Con los niños no se juega. Si hay algo que yo, con dinero, no haría es dejar a otros a cargo de mis hijos. Tendría remordimientos viendo a alguien ajeno cuidándolos mientras yo tomo el sol tan campante en la cubierta de un yate», sentenció con gravedad. Intervino entonces Marc evocando su serie televisiva preferida, Retorno a Brideshead, y cómo Lord Sebastian Flyte, incluso ya adulto, tenía muchísimo más apego a su nanny que a sus propios padres. Yo no llegué a participar porque inmediatamente me dio por pensar en la nanny de la maravillosa novela de Alfredo Bryce Echenique Un mundo para Julius, ese cruel retrato de la feliz y despreocupada oligarquía limeña. De nada le sirvió a la pobre sacar adelante ella sola a los retoños de la aristocrática familia para la que trabajaba. Cuando llegó el momento, fue despedida sin contemplaciones y abocada a la prostitución. ¡Qué placer recordar saboreando un Cacaolat uno de mis diez libros favoritos de siempre!

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada