12 de nov. 2011

SOBRE LAS ENCICLOPEDIAS (I)

Foto: Imágenes Google
He hablado varias veces en este blog de mi antigua ocupación de viajante de enci- clopedias, pero nunca he entrado a fondo. Hoy me gustaría hacerlo. Y es que noviembre acostumbraba a ser mi mejor mes del año. Varios factores se aunaban para que así lo fuera. Por un lado, el cambio de hora y la llegada del frío, gracias a los cuales uno solía encontrar al completo a las familias en sus domicilios. Por otro, la ineludible obligatoriedad de los estudiantes de elaborar esos primeros trabajos del curso que hacían del todo imprescindible el uso de obras de consulta. Ahora bien, para mí el aspecto que determinaba el éxito era el puramente crematístico: la recuperación de la economía doméstica tras las vacaciones de verano y, en el caso de los autónomos, el alivio de no tener que realizar ningún pago hasta al cabo de dos meses. Con el camino despejado, la adrenalina se disparaba y el negocio –a la par que estimulante– acababa resultando pan comido. Una venta alentaba a la siguiente y, eslabón a eslabón, se formaba esa cadena que al llegar a final de mes permitía palpar un zurrón rebosante. Era un auténtico disfrute. Sin ninguna duda, el mejor oficio del mundo.  
Nunca llevé una cuenta de mis ventas, como me consta que sí hacían otros compañeros, pero todos los cálculos indican que la lista de mis pequeños triunfos (esos que por encima de todo posibilitaron que me formara como persona) se situaría en la vertiginosa cifra de dos mil quinientas enciclopedias. ¡Uf! En cualquier caso, quiero dejar claro que a mí lo que verdaderamente me espoleaba era la satisfacción de que, a partir de mi visita, en un hogar en el que alguien empezaba a labrar su futuro existiría una herramienta fundamental para conseguir abrirse un camino en la vida. Juro que no miento, pues de lo contrario mi esfuerzo no hubiera tenido ningún sentido. Y, por supuesto, ni mucho menos habría resistido tanto tiempo como lo hice.
Me gustaría acabar con un fragmento de la novela autobiográfica del escritorazo Javier Pérez Andújar Los príncipes valientes, una muestra de cómo se ven los toros desde el otro lado de la barrera, algo que a mí también me ocurrió de pequeño y que confieso que me pone la piel de gallina. «La enciclopedia llegó a nuestra casa una tarde de invierno, que para mí era una noche de invierno. La trajo, la enciclopedia, y puede que hasta la noche, un vendedor puerta a puerta; la llevaba representada, claro, en un maletín lleno de folletos. El vendedor hablará con mi madre, y ella no va a querer atenderle, y yo les miraré a los dos, y el vendedor reparará en mí y empezará a hablarme todo el rato. Y en esa situación yo seré impertinente como nunca he vuelto a serlo, y le diré a mi madre que si ella no le da nuestros datos al vendedor, se los daré yo. Y mi madre captará al instante cuánto voy a necesitar yo esa enciclopedia. Ahora me doy cuenta de que las biografías se forjan chantajeando a quien se tiene más cerca. Pero igualmente estoy convencido hasta lo más hondo de que una enciclopedia, qué demonios, es el mejor regalo que se le puede hacer a un niño en una noche cualquiera». 
(Continuará... )

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