24 de gen. 2011

EL AZAR Y LA CONDICIÓN HUMANA

Foto: Imágenes Google

En una ocasión, a fin de recabar en internet datos sobre el atolón coralino de Nauru, situado en pleno Pacífico, leí por casualidad en el Sidney Morning Herald la sorprendente historia de Mohun Biswas, casado y con tres hijos, y minero en los yacimientos de fosfato que constituyen el único recurso económico de la isla. Al parecer, en una rifa en Yaren, la capital de Nauru, la suerte le sonrió con un viaje a Australia. Cuando llegó el esperado momento, y habiéndose despedido de su familia, el pequeño Fokker que lo trasladaba a la isla madre se accidentó poco antes de tomar tierra y, de los treinta pasajeros que viajaban, sólo tres sobrevivieron: uno de ellos, Mohun Biswas. Convaleciente en un hospital de Darwin, en el territorio del norte australiano, supo por la televisión que aquel fin de semana la lotería nacional sorteaba el mayor premio de su historia. Así que, con la colaboración de una enfermera, rellenó su boleto y decidió jugar. Ni que decir tiene que fue él el único agraciado. Y aquí empezó el principio de su fin. Enceguecido, abandonó a su familia por la enfermera, y a ésta por las muchas mujeres que le salieron al paso en los sucesivos cinco años en que, sin llegar a dejar Australia, dilapidó su fortuna. Cuando descubrió que no sólo no le quedaba ni un centavo sino que se había endeudado hasta las cejas, se descerrajó un tiro en la sien. Su destino, calcado al de Albinus, el protagonista de la novela Risa en la oscuridad, de Vladimir Nabokov, ilustra con rotundidad la endeblez de la condición humana, incapaz siquiera de aprovechar la ola favorable. 
De haberme caído a mí la fortuna de Mohun Biswas, sólo intuyo lo que hubiera hecho la primera semana: embadurnar el sofá de Loctite y, tras realizar un buen salto en estilo Fosbury para asegurar la perfecta adherencia de culo y espalda, entregarme a la pila de libros por leer que tanto me angustia, pertrechado con una caja de botellas de Pedro Ximénez del 73, como aquélla que una vez me regaló una buena amiga de Logroño, y otra de cigarros puros Lonsdale de, cómo no, El Rey del Mundo. De esta manera, el proceso de autodestrucción posterior, rodeado de todos los lujos en mi mansión de nuevo rico, hubiera sido más llevadero. 
Nota: Si con la historia de Mohun Biswas he entristecido a algún lector, quiero consolarlo confesándole un pecadillo: me la he inventado. Pero, qué caray, sin ella este escrito se hubiera quedado en nada.

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