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Es inconcebible que alguien entre en una tienda de ultramarinos, coja una lata de espárragos y un tarro de melocotones en almíbar y le diga al tendero: «–¡Me los llevo por mi cara bonita!». O que, tras la impecable reconstrucción de la pala rota de tu hijo, le sueltes al dentista: «–¡Increíble! Incluso está mejor que antes. Muchas gracias, pero ¿sabe qué? Que nos largamos sin pagar». Pues bien, eso es lo que está sucediendo hoy en día en la Red ante la falta de regulación de las descargas ilícitas en materia de música, cine y libros. No hace mucho se quejaba, desencajado, el escritor Lorenzo Silva de que al día siguiente de haberse publicado su última novela de la serie Bevilacqua y Chamorro los internautas ya disponían de diez sitios web para descargársela por todo el morro. Y es que, como viene siendo habitual cuando el terreno está abonado a la picaresca, también aquí España figura entre los países con un más alto índice de piratería del mundo.
Y ahora va y, ante la necesidad de poner coto al desenfreno y de que el ladrón no se vaya de rositas –no olvidemos que, para más inri, hay quien se está forrando impunemente con el hurto del trabajo de otro–, se arma la de Dios es Cristo con el mecanismo pensado para que el río vuelva a su cauce: La Ley Sinde. Gustará más o menos, pero no creo que haya ni un solo creador que no la vea con buenos ojos. Por eso me cuesta tanto entender ahora la postura pedorra del cineasta Álex de la Iglesia, quien sin que nadie se lo pidiera ha querido erigirse en adalid de una causa perdida y ha salido escamado y con un síndrome de Estocolmo galopante. ¿A quién se le ocurre adentrarse en territorio de cínicos blogueros e ideólogos de pacotilla que únicamente se representan a sí mismos y defienden sus propios intereses? Nadie duda de que la industria cultural está abocada a un nuevo modelo de negocio y de que, si se quiere atender la gran demanda existente, el camino pasa por adaptar la oferta legal a las enormes posibilidades de la Red. Pero de eso a defender la gratuidad de las descargas hay una sustancial diferencia.
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