Foto: R. Berrocal |
Me la encontré antes de ayer al doblar la esquina y salir a la plaza Villa de Madrid, donde de aquí a unos meses dejará de residir porque, ahora que se acaba de jubilar como docente, mi amiga ha decidido vender su piso para comprarse otro en Sitges. La degradación permanente del centro la ha echado de Barcelona. Está harta. Y yo voy y, con la dureza de la imagen todavía fresca en la retina, sólo se me ocurre comentarle que, precisamente, el día anterior habían reventado la puerta de mi vecina de abajo. Y encima cometo el error de achacar el incidente a la desesperación de la gente. ¡Qué he dicho! A partir de aquí, una ira volcánica se desata y da paso al siguiente monólogo: «Estoy hasta la coronilla del buenismo que, de un tiempo a esta parte, se ha instalado en la conciencia de gran parte de la población. ¿Qué es eso de justificar un delito con el desespero a que nos ha llevado la situación actual? Y la responsabilidad individual, ¿qué? Ni a ti ni a mí se nos ocurriría jamás entrar a robar en una casa. Antes, buscaríamos otras soluciones. Justo esta mañana he escuchado por la radio a un periodista que acaba de volver de Haití lamentarse del victimismo que, desde el terremoto, mantiene postrada a la población, quien, encomendándose a una ayuda internacional que no llega –el grado de corrupción es tal que suele caer en saco roto–, condiciona su inmediata supervivencia sin mover un dedo. Qué diferencia con la Alemania posterior a la II Guerra Mundial que se reconstruyó a partir de los escombros y a base de arrimar todo el mundo el hombro. Esos mismos escombros de los que también está repleto el país caribeño. Tú y el periodista radiofónico me habéis hecho recordar la psicobobería que caracteriza a mi gremio. Estamos llenando la sociedad de ninis (jóvenes que ni estudian ni trabajan) con el peregrino argumento de que no hay que presionar a los chavales porque se puede traumatizar una personalidad en formación. Díselo a los pobres alumnos responsables que sí se esfuerzan y tienen que soportar al resto cruzado todo el día de brazos». El chorreo aún se prolongó, pero creo que ya está bien por hoy.
He esperado 14 días para incluir un comentario en este tan esperado y ansiado blog, madurando las palabras que hiciesen justicia a un evento de este calibre. Ni el celebérrimo Calaix de Sastre del Barón de Malda, ni el Llibre Gris de Pla pueden competir con esta disección certera de nuestra realidad, escrita además en una prosa propia de titanes literarios. Pocas veces en tan pocas palabras encontramos tanta riqueza y exquisitez idiomática, amén de una reflexión serena y ponderada. Deportes, economía, literatura, desfilan por esta página como excusas para hablar de la humana condición en un lenguaje que tiene, permítanme la hipérbole, un tanto de sobrehumano.
ResponElimina¡Sígue así, insigne nuevo prócer literario!
Pascual.
P.D. Ricard, te llamo luego para darte el número de cuenta donde debes ingresarme lo acordado por el comentario. Gracias.
Antes de entrar a valorar el chorreo de tu vecina, déjame que me disponga a dar una muestra de ataque de histeria literaria ante la opinión de un profesional de la información sobre la fuerza de la haitinianos ante la adversidad, o en su defecto, de la falta de ella. Me indigna. Lo he dicho con la máxima brevedad. La indignación es toda la rabia, que no es poca. Qué carajo deben tener los alemanes que no tenga la gente de Haití, le preguntaría a dicho periodista, me imagino ducho en su oficio del critiqueo que no de la crítica. Valor, fuerza, amigos, intereses, ganas...No lo sé, lo que si que quizás no tengan, los alemanes, es una historia perpetua de desesperación, y de ahí el abandono de aquellos que no dejan más que sufrirla... En fin... qué fácil es hablar de buenismo cuando uno no entiende de compasión y sí demasiado de ... la frivolidad profesional de periodismo ligero. Pues so, ya está. En cuanto a la vecina que no roba nada, decirle que hubo un día que nació de mujer y de varón con las necesidades ... cubiertas de razón pero evacuadas de corasón. Y a tí, pues un abrazo y una promesa de un estirón de orejas si no cumples el cometido que has prometido. Pajarillos chivatos silvan en espacios municipales. Prometo volver, digo.
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