16 de gen. 2011

MIKE FAY, MI MITO VIVIENTE

Foto: Imágenes Google

Me cuesta creer –por no decir lisa y llanamente que no me los creo– a quienes presumen de no tener modelos que guíen su camino o, cuando menos, que los zarandeen en lo más recóndito y les despierten un íntimo deseo de parecérseles. Aun estando muy pagados de sí mismos, qué triste si así fuera. Todo el mundo necesita referentes. El prototipo a seguir no ha de pasar necesariamente por el prócer o el dechado de virtudes. Puede hasta ser uno éticamente reprobable. Cuando no el padre o un amigo. Basta incluso con que descuelle en una parcela muy concreta. Aunque lo cierto es que la condición social del ser humano lo fuerza irremisiblemente a caer en una cierta mitomanía. Nelson Mandela, Elvis Presley, Marilyn Monroe, Michael Jordan... El top ten del paradigma a escala planetaria. Belén Esteban y la nada, el de escala nacional. 
Cuanto más mitificamos, más sociables nos hacemos. Lo podemos comprobar, hoy más que nunca, en esas redes sociales que nos tienen abducidos todo el santo día. Como el juego va de ser muy enrollado sin enrollarse demasiado, proclamamos a los cuatro vientos nuestras preferencias con el augustal símbolo del pulgar levantado. Pero de ahí no pasamos.
Por eso, ya que el soporte me lo permite, hoy quisiera traer a este espacio a uno de mis grandes mitos (vivientes). Se trata del biólogo y conservacionista estadounidense J. Michael Fay, a quien descubrí en el año 2000, gracias a la revista «National Geographic», en esos tres números inolvidables que describían su gran proyecto vital, la «Megatransect», un recorrido a pie por el África central, desde el nordeste del Congo hasta la costa de Gabón, durante 453 días y a lo largo de 3.200 kilómetros, a través de algunos de los ecosistemas más ricos y menos explorados de la Tierra. Su propósito: recopilar científicamente todo cuanto ve, oye y huele. Y con su ímprobo esfuerzo, persuadir a quienes toman las decisiones para que jamás desaparezca la magia de caminar por una senda de elefantes en medio de un bosque de árboles viejos. A él acudo cuando me invade el desaliento.  

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