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Me la he vuelto a encontrar. Cuando, abatido por mi primera pájara creativa en este sacrificado año de bloguero, regresaba a casa pensando que había llegado el momento de recurrir al artículo sobre extraterrestres que tengo en el congelador, ha aparecido de nuevo. Mi amiga, la que se va a Sitges asqueada de Barcelona, surgió de detrás de un camión estacionado en la calle Duc de la Victòria con toda la energía de quienes empiezan la jornada descansados. Sin solución de continuidad, retomó su monólogo de la semana anterior e inmediatamente sus palabras tuvieron en mí el mismo efecto que un chupito de tequila en ayunas. «Vengo indignada. Acabo de oír por la radio que los familiares de las víctimas del accidente de tren de Castelldefels han conseguido que se reabra la causa. Al parecer, les han admitido a trámite sus alegaciones de que eran poco claros los avisos de la estación que prohibían cruzar la vía. ¿Ves lo que te comentaba sobre la responsabilidad individual? Ahora resulta que las prohibiciones eran pocas. Malo cuando papá Estado actúa, como en el caso de la ley antitabaco, y malo, cuando no actúa, como en éste –según arguyen esos parientes afligidos–. Pero, ¿no habíamos quedado en que, en vez de prohibir, lo más sensato era aconsejar para no parecer represores? ¡Cuentos chinos! No quiero adelantarme, pero si finalmente ganan, vamos a tener que indemnizarles por culpa de ese nocivo buenismo de algunos que tanto me irrita. Qué diferencia con países como Suecia o Dinamarca, cuyos ciudadanos se atienen desde el primer momento a su legislación porque, sin entrar en valoraciones sobre si es más o menos rígida que la nuestra, por lo menos está sujeta a una racionalidad y conocen perfectamente sus derechos y obligaciones». A continuación, aguardé en silencio a que se recupera porque aún esperaba que llevara el agua a su molino. Y, efectivamente, no se hizo esperar. «Dónde nos hemos de ver quienes en su día pensamos que el cometido de la educación era instruir para hacer libres a las personas. Primero fue aquella perniciosa tendencia de que no, de que su principal función ya no era la libertad sino el progreso social, o sea, la competitividad. Y ahora, según ese funesto individuo para la sociedad llamado Eduard Punset, hemos llegado a la conclusión de que la educación sirve para ser felices. ¡Paparruchadas!».
Como decía Parenti: "decir que la educación fracasa en desarrollar una ciudadanía informada, mentalizada crítica y democráticamneten significa olvidar que las escuelas nunca han tenido este proposito. Su visión es fabricar súbditos leales que no pongan en duda el orden social existente" (citado por Fontana, "La construcción de la identidad". Michael Parenti, La historia como misterio, Hondarribia, Hiru, 2003, p.48).
ResponEliminaHay queda eso....!!!!