19 de febr. 2011

ELOGIO DEL CIGARRO PURO

Foto: Imágenes Google
Hoy, lectores, solicito por adelantado vuestra indulgencia ante la incivilidad en que incurriré en las próximas líneas. No tan sólo pretendo hablar del cigarro puro, sino también elogiarlo con encarecimiento. Soy consciente de que no es el mejor año para reivindicarlo, pero, ¡qué caray!, precisamente hoy El caçador d’instants alcanza sus cincuenta primeros artículos en otros tantos días y bien su autor merece detenerse a degustar lo hasta ahora realizado mientras otea el largo camino que aún le queda por recorrer. Me siento como el labriego que, irguiendo el espinazo y sin soltar la azada, se seca distraídamente el sudor por unos segundos antes de regresar al trabajo.
Llegué a los cigarros puros a través de la literatura. Jamás me ha abandonado la fascinación que en su día me produjo leer el placer que Edmond Dantés, ya como conde de Montecristo, experimentaba fumando en la lujosa cueva de su isla mientras tramaba su venganza. No tengo dudas de que esa atracción era idéntica a la que, más de un siglo atrás, debieron de vivir los torcedores en las fábricas de puros cubanas cuando un lector les leía la novela de Dumas.
Confieso, sin embargo, que no empecé con buen pie mi idilio con el cigarro puro. Se me fueron dos mil pesetas del ala con el primero que adquirí, un Lusitania de Partagás, por no saber lo que compraba. Ni siquiera me gustó. Así que, en adelante, me obligué a apreciar los matices del sabor de los puros al tiempo que, a base de lecturas, aprendía todos sus secretos. A partir de entonces, rindo pleitesía al mesías Davidoff por sus muchos consejos, empezando por el corte limpio y el encendido regular del pie del cigarro; siguiendo por la necesidad de no fumar deprisa y no inhalar el humo sino saborear sus vapores hasta extraer su más sutil intensidad; así como sosteniendo el cigarro entre el pulgar y el índice y paralelo al suelo, pues también se fuma con los dedos; y acabando por la muerte natural del puro tras la combustión de sus dos primeros tercios. Ahora sé también que hay un tiempo para cada cigarro y un cigarro para cada circunstancia. Y que no merece la pena amargarse por tener el convencimiento de que necesitaría varias vidas para fumar lo fumado por Winston Churchill. «Tras haber llegado a una conclusión tan reconfortante, sentí deseos de fumar un puro y bajé a buscar uno. Abajo, todo estaba tranquilo. Volví a subir al castillo de proa en aquella noche tibia y sin viento, descalzo, con un puro encendido entre los dientes». Ni a propósito lo hubiera dicho mejor aquel capitán de Conrad. 

2 comentaris:

  1. Joan Anton Sanchez Romero20 de febr. 2011, 19:13:00

    Felicitats per aquests cincuenta articjes que hans regal i per la diversitat de temes que hem pogut disfrutar i compartir entre els teus lectors, i continua atrapant-nos amb les teves històries que en ajuden a disfrutar de mons reals i irreals on les històries quotidianes ens fans reflexionar sobre les nostres videsone algunes vegades veiem passar com una pel.lícula on els actors no es creuen els seus papers i el teatre està buit sense públic i a on l'entusiame està dormint entre vestidors.Potser que la falta d'inspiracions esta lligt a que ja no es fument aquells purus que han la seva duraga et donava temps per potenciar la creativitat per desenvolupar belles històries.

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  2. Amb les aromes dels teus cigars s'han despertat els records de la meva infantesa: de sobte m'he vist al menjador de casa un diumenge qualsevol després de dinar i al meu pare envoltat d'espirals de fum del seu havà. Era un ritual perfectament orquestrat: la manera com l'encenia amb molta solemnitat i després la parsimonia mentre anava fumant, a poc a poc, molt lentament. La meva imaginació treballava febrilment per donar-li forma a aquell fum, tot era possible en aquells moments de diumenge a la tarda.

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