13 de febr. 2011

ESE MARCO AMARILLO QUE TANTO ME PLACE

Foto: Imágenes Google

Aparece en los expositores de los quioscos a finales de mes, pero me hago de rogar y durante unos días –sin prestar mucha atención aun sabiendo que está ahí– dejo que el inconfundible marco amarillo de la portada me vaya seduciendo. Es un deseo que se macera hasta empaparme en lo más hondo. Tengo la certeza de que a lo largo del mes se me presentarán pocas ocasiones en que pueda disponer en casa de un mínimo de tiempo para dedicármelo a mí mismo. Así que cuando llega el momento de la verdad, no suelo desaprovecharlo. Pago los 3,50€ que cuesta –sin ninguna duda, junto al de la señora que semanalmente viene a limpiar el piso, el dinero mensual que mejor invierto– y me llevo el último número de la revista National Geographic, la publicación que desprende las más positivas vibraciones de cuantas hoy en día puedan encontrarse en el mercado. Y digo esto porque la mayoría de sus reportajes tienen ese espíritu constructivo que tanto los acerca a las tramas urdidas por Julio Verne en que el bien se impone al mal de una manera descarada. ¿Y qué? A ver quién es el guapo que se atreve a prescindir de las escasas alegrías que le brinda su rutina existencial.
Esta mañana, sin ir más lejos, sentado en la alfombra del comedor mientras el sol se colaba entre los visillos de la puerta acristalada, me he sentido como los niños de corta edad que viven el presente inmediato con esa intensidad desprovista de cualquier distracción que pueda impedirles degustarlo al máximo. Creo que los expertos en la materia hablan de algo así como de «entregarse al estado presencial»; el caso es que, al igual que la visión del rayo verde, raras veces se consigue. He reparado en ello después de percatarme que llevaba ya un cuarto de hora abstraído en la contemplación del desplegable de la revista, una simplísima serie de plumas de ave sobre fondo negro, como la del quetzal cabecidorado, la del turaco crestirrojo o la del carpintero escapulario, pero retratadas con tal lujo de detalles que parecen únicas. De pronto se me ha hecho un nudo en la garganta al tiempo que me he visto diciéndome: «¡Esta gente lo ha vuelto a conseguir una vez más!».

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