Foto: Imágenes Google |
Me telefonean desde Mallorca para darme una pésima noticia: sacrifican a mi querido Volkswagen Escarabajo 1302 LS del año 73. Tan sólo me queda el consuelo de que con algunas de las piezas de su desguace se podrá salvar a otros Escarabajos.
Conservo muy vivo el recuerdo de cuando lo vi por primera vez. Estaba estacionado en la plaza Francesc Macià y me deslumbró ya desde el vistazo inicial, por lo que no tuve ninguna duda de que, costara lo que costara, iba a ser mío. Corría el año 1991 y fue mi padre quien, además de hacerme saber que estaba en venta, acabó llevándome hasta él. Lo que más me llamó la atención, aparte de su color anaranjado, inclasificable pero precioso, fue la banda blanca de sus anchos neumáticos. Parecía que llevara polainas, como los mezquinos banqueros de Mary Poppins o los supertacañones del Un, dos, tres. Mi novia y yo pagamos por él 500.000 pesetas e, inmediatamente, pasó a convertirse en el sustituto de un Ford Escort que habíamos gripado por no cambiarle el aceite ni una sola vez. Percibo en los pies como si fuera ayer y me hallara en el curvo habitáculo de aquella cucaracha que desafiaba todas las leyes de la aerodinámica la extraña sensación que experimentaba siempre al pisar el juego de pedales, no creo que muy diferente a la de haberme calzado unos zancos. Y, tras bombear el embrague para que la gasolina llegara al motor, tampoco me desprenderé jamás de su característico arranque metálico, infinitamente más agradable que el de las mitificadas Harley Davidson y que a mí me transportaba a la niñez porque, de hecho, me recordaba el de otro coche (de juguete) de la colección inglesa Matchbox. Pero nada tan placentero y memorable como conducir en invierno al calor seco de la estufa mientras los sonidos de la radio Becker reverberaban en el techo abovedado. En definitiva, yo no tenía ninguna duda de que mi Escarabajo era el coche más bonito de la ciudad.
(Continuará...)
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