Foto: R. Berrocal |
En un perfecto castellano, se encargó de contestar a la pregunta la escritora y periodista sueca Mari Jungstedt, en la mesa redonda con la que, hoy ya sí, concluyo mis crónicas sobre la BCNegra 2011. «Se mata tanto porque tenemos un invierno de seis largos meses en el que lo único que nos apetece es acurrucarnos en el sofá, rodeados de velas, con un libro absorbente entre las manos, mientras afuera acecha la oscuridad y el frío». Fue entonces cuando el escritor canario Pepe Correa, que ejerció de entrevistador, parafraseando a Mario Vargas Llosa en Conversación en La Catedral, volvió a la carga. «Pero, Mari, en realidad, ¿cuándo se nos jodió Suecia?». «Pues fue cuando nacieron las novelas del matrimonio de escritores Per Wahlöö y Maj Sjöwall, y su serie de diez libros protagonizada por el comisario Martin Beck. Con ellos se inició una de las tradiciones sobre el género negro más arraigadas de Europa. Luego llegaría el éxito de Henning Mankell y su Kurt Wallander, y a su estela hemos ido llegando todos los demás. No es que en Suecia haya más crímenes o actos delictivos que en otros países. Lo que ha habido es un gran espíritu crítico hacia esa sociedad del bienestar que, pese a constituir el idílico espejo en el que otros quieren mirarse, también tiene su cara negra», concluyó la autora de Nadie lo ha visto y Nadie lo ha oído.
Otro de los alicientes de la novela negra sueca –sobre todo, a ojos de un europeo del occidente meridional– son sus paisajes y su clima. «No recuerdo ahora si mi país es el cuarto o quinto más grande de Europa. Pero el caso es que únicamente somos nueve millones de habitantes, de manera que en según qué lugares resulta más fácil encontrarse con un rebaño de renos o con un alce que con un ser humano. Suecia es exótica hasta para nosotros los suecos. Yo, que soy del interior, no vi el mar hasta los nueve años. Fue precisamente en la isla de Gotland, donde hoy en día se desarrollan las tramas de mis novelas. En cuanto al clima, abril es el mes más divertido del año. Empieza a salir el sol después del duro invierno y, puedo asegurar que aun estando en la parada del autobús, la gente lo busca desesperadamente como lagartijas», concluyó la simpática Mari.
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