19 de març 2011

BUSCARSE LA VIDA AQUÍ Y EN CUBA

Foto: Imágenes Google

Todas las tardes, al salir del trabajo y bajar por la calle Entença para ir a coger el metro, me encuentro con la misma señora en un portal a la altura de la prisión Modelo que reclama la atención del viandante:
– ¡Psst! ¿No tendrá usted un cigarro?
Como no fumo, digo que no y sigo mi camino. Sin embargo, al menos en un par de ocasiones, he presenciado cómo otros que sí fuman, al detenerse a darle el pitillo que solicita, se han visto sorprendidos por un nuevo requerimiento.
– ¿Y un euro? ¿No tendrá usted un euro?
Ayer mismo, en que madrugué para hacer la compra semanal antes de irme de calçotada, al llegar a la tienda de frutas y verduras de la calle Joaquim Costa donde suelo abastecerme, me extrañó que ya hubiera alguien antes que yo. Se trataba de un joven con una chaqueta de piel negra que imploraba a Isabel, la dueña, para que le diera dinero porque su padre, el propietario de la tienda de motos situada unos números más arriba, supuestamente después de una noche loca, había dejado de pagarle la carrera a un taxista y éste, reteniéndolo, había llamado a la policía y en ese preciso momento corría el riesgo de que lo detuvieran. Según explicaba el joven, su padre se encontraba ahora en Las Ramblas y le había enviado a él hasta la tienda de Isabel pensando que ella podría sacarle del apuro. Era una excusa peregrina y del todo falsa, pues tanto Isabel como yo sabemos que Víctor, el de las motos, tiene únicamente tres hijas. Ella, que no se había atrevido a enfrentarse al joven y le seguía la corriente a la espera de que llegara algún cliente, vio en mí una tabla de salvación. No hizo falta que me dijera nada. Acercándome al joven, interpreté mi papel de buscar un número en el móvil y, después de unos segundos, dije bien alto:
– ¿Víctor? ¿Estás bien? Es que estoy en el Bubub y un joven que dice ser tu hijo comenta que estás en un aprieto y que...
Tal como imaginaba, antes de darme tiempo a acabar la frase el joven ya había salido escopetado. Al menos, no llegó a atracar a Isabel.
De camino a la calçotada, mi mujer me comenta que su masajista cubana, después de diez años sin ir a Cuba, acababa de aterrizar en Barcelona tras dos semanas de estancia en su país a fin de atender a su hermano y a su sobrino, los dos únicos familiares que aún permanecen en la isla. Había vuelto horrorizada. Cuando llegó a La Habana, su maleta llena de comida estaba marcada con una equis. Tuvo que soltar los primeros cinco dólares del viaje para que no se la requisaran en el aeropuerto. Luego empezó la odisea de encontrarle otro piso a su hermano, el verdadero motivo por el que había regresado al Caribe. Al parecer, el que tenía amenazaba con venírsele abajo y todo hacía pensar que les tocaría dormir al raso. Apoquinó ochenta dólares más en contratar a una abogada para que consiguiera un nuevo permiso de vivienda para su hermano. La que le dieron no tenía ni un azulejo en la cocina. De manera que por otro buen puñado de dólares un tipo se comprometió a traérselos. Enseguida se presentó con un autobús lleno de ellos al que, luego de vaciarlo de pasajeros, el chófer había desviado sin contemplaciones de su trayecto habitual. Había que amueblar entonces la cocina. El de la tienda de muebles, atraído por el olor del dólar, no tuvo ningún reparo en cerrar todo el día su establecimiento para atender su demanda. Allí nadie cumplía con sus supuestas obligaciones porque, sin derechos, sencillamente no puede haberlas. Lo peor del caso es que la situación cubana es al menos extrapolable a las tres cuartas partes de los países del planeta. ¡Mierda de mundo en el que consumimos nuestra vida buscándonosla!  

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada