27 de març 2011

UN GATO EN LOS TRIBUNALES

Foto: R. Berrocal

Recién llegados de Illinois, después de cumplir su semestre en la Universidad de Urbana –la misma en la que estudió Javier Cercas– dando clases de esa especialidad suya de la que siempre me olvido pero que pertenece al terreno de las ciencias ambientales, mis amigos de Castelldefels Estefanía y Gustavo no me ocultan su desilusión por haber vuelto del país de las exageraciones sin que haya quedado todavía visto para sentencia un caso que, pese a tener lugar precisamente en su demarcación territorial, se ha extendido al parecer como un reguero de pólvora y, atravesando todas las fronteras, ha llegado a alcanzar una gran notoriedad en la mayor parte de los cincuenta estados norteamericanos. Se trata del de la presunta homicida Thelma, una gata siamesa a la que se viene juzgando estos días por la muerte de Mitsou, un perro de raza Marilyn.
Todo empezó una tarde en una vivienda de dos plantas de las afueras de Urbana. La propietaria de Mitsou, de baja por maternidad, escuchó una especie de taconeo en el comedor y se puso en guardia. Pensó que habían entrado ladrones. Así que se armó de valor y, dejando dormido a su bebé en la cuna de su habitación, fue a ver qué ocurría. Estaba equivocada. El causante del ruido era en realidad un enorme goterón de agua que caía desde el techo. Colocó una palangana y subió de inmediato al piso de arriba. No había nadie. Volvió a bajar y se dio cuenta de que la situación se agravaba por momentos. Contó al menos cuatro goterones más en diferentes puntos del comedor. El escape parecía incontrolable. Llamó entonces al número de móvil de la vecina. Estaba apagado. En media hora, el panorama era poco menos que dantesco. El agua no sólo caía a borbotones y encharcaba ya el suelo sino que amenazaba con hundir el techo. Optó por coger a su hijo y al perro y esperar a los bomberos a quienes sí había logrado avisar fuera de casa. Pero como Mitsou no acudía a su llamada decidió ir al cuarto de la lavadora, el preferido del animal. Allí estaba muerto el pobre perro, más tieso que una barra de hielo y parcialmente chamuscado, justo al lado de una caja de distribución eléctrica con el contorno ennegrecido.
Después se supo que la gata Thelma había originado el desastre. Sus amos le habían dejado sola todo el día y sin una pizca de agua. Como estaba en celo, no querían que se fuera orinando por todos los rincones y apestara la casa. De modo que, ni corta ni perezosa, se subió al mármol del fregadero y accionó la palanca del grifo, tal como les había visto hacer a sus dueños en incontables ocasiones. Pero, una vez saciada la sed, su instinto gatuno no le previno de que también había que cerrarlo.
  
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(Paisaje). Por el lomo de la alta pared del huerto coronada con cascotes de botella venía andando esta tarde un gatito sin cortarse.
Pecio de Rafael Sánchez Ferlosio


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A Gus, Fanny y Damianín, els nengs de Castefa

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