29 de març 2011

RECOCHINEO

Foto: Imágenes Google

Abro la edición digital de El País y me encuentro con dos titulares –uno al ladito del otro– que, precisamente porque me revientan sobremanera, me llevan a entrar a leer las noticias que encabezan. El primero dice así: «Un pitillo de Sabina le puede costar 7.800€ a un hotel uruguayo». Mientras que el segundo anuncia que si bien «París prohíbe las estufas de gas en las terrazas; Madrid las aplaude». 
             Al parecer, en una comparecencia del cantautor Joaquín Sabina ante los medios de comunicación en el hotel Sheraton de Montevideo con motivo de su gira por América, éste vio un cenicero encima de la mesa y encendió un cigarrillo. Un periodista de la Televisión Nacional de Uruguay le preguntó si no sabía que estaba violando la ley antitabaco de este país. "Llegué, me senté y vi un cenicero; si uno ve un cenicero, no puede ser descortés con los uruguayos. Éste es un local privado donde quien quiere, viene. Si no hubiera visto el cenicero no hubiera fumado, pero ahora no tiro el pucho ni muerto", respondió en tono jocoso y con jerga rioplatense. Acto seguido, justificó su decisión aclarando que consideraba que el Estado muchas veces regulaba demasiados aspectos de la vida, como el hecho de prohibir el cigarrillo en un sitio privado. Lo que tendría que haberse quedado en aquella sala de hotel como una mera anécdota, enseguida salió al exterior. La prensa, con esa doblez farisaica que le caracteriza, actuó como fiscal y, convertida una vez más en el perrito faldero que utiliza los colmillos para llevarle las zapatillas al poder, enseguida se encargó de fabricar la noticia. La polémica estaba servida. Por lo visto, aquí y allende los mares, vende mucho más la transgresión de la norma que una gira musical aunque sea de uno de los cantantes más queridos por el público. En definitiva, que por culpa de unos acusicas la broma puede costarle al Sheraton 7.800€ del ala.
Pero lo que considero la repera es haberme encontrado, servida en bandeja de plata, la crónica de una prohibición anunciada. Resulta que Madrid ha aprobado la ordenanza que permite instalar estufas de gas en las terrazas de los bares mientras que en su homóloga París, amparándose en peregrinos motivos como el de la contaminación ambiental (casi da risa), se está obligando a retirarlas. Aprueban a sabiendas que su decisión lleva de serie la prohibición implícita, pues como dice el refrán, «cuando veas las barbas de tu vecino cortar, ...». Ahí queda el precedente de París, un sólido poso para justificar el futuro veto. La cruzada va más allá del fumador; ahora es un asalto continuo a la libertad del ciudadano. Prohibir por prohibir. Esto ya pasa de castaño oscuro. Un recochineo en toda la regla.  

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