12 d’abr. 2011

NEGRAYCRIMINAL (IV)

Foto: Imágenes Google

Sin los rigores climatológicos del mes anterior y con Paco Camarasa evolucionando favorablemente de la operación de urgencia a que lo condujo su doble desprendimiento de retina, pusimos todos los sentidos en el análisis del libro de abril, Muerte y un poco de amor, de Alexandra Marínina. Algunos ya conocíamos a esta escritora rusa de haber leído la primera novela que de ella se tradujo al castellano en nuestro país, Los crímenes del balneario. Y precisamente porque guardábamos buen recuerdo de aquella lectura ésta nos ha sentado como un tiro. Sobre todo cuando, como en mi caso, me he visto forzado a robarle horas al sueño y posts al blog –que, por supuesto, prometo ir escribiendo y reponiendo, aunque sea con un considerable retraso–. Por eso, no puedo más que confesar que fue decepcionante llegar a la última página del libro a las cinco de la madrugada del pasado martes de club y, al igual que había ocurrido otras veces con diversos colegas de la Marínina, no tenerme que tragar mis acusaciones de novela facilona al ser zarandeado por un final arrebatador. De hecho, la plana trama desembocó en la resolución de un caso que la autora me había revelado prácticamente al cabo de cincuenta páginas del inicio.
Mi sentir fue corroborado horas después por el resto de mis compañeros de club, uno de los menos polémicos y, por lo tanto, más aburridos de los últimos tiempos. No hubo nadie que hiciera siquiera el amago de echarle un cable a la zarina de la novela negra rusa, ni siquiera el librero, quien siempre se ha venido caracterizando por una indulgencia con sus autores que a más de uno incluso llegaba a sacar de quicio. Por quien lo lamenté sobre todo fue por Nastia Kámenskaya, la heroína de todas las novelas de Marínina, una protagonista que, pese a su feminismo ingenuo y trasnochado, no cae del todo mal. Pero lo cierto es que en algunos tramos de la novela, y como alguien dijo, se tenía más la sensación de estar leyendo un novelón romántico de Victoria Holt que no un relato policíaco de los que cortan el hipo.  
En el restaurante Yalta Crimea, situado en el corazón de la Barceloneta, entre sopas Borsch, golubtsys, beetstrogonofs, blinys y pelmeni, Paco nos deleitó con una anécdota que demuestra hasta dónde llega la doble moral que sigue imperando en la Rusia actual. Resulta que Alexandra Marínina se presentó en Barcelona en el año 2005 con su editor ruso, un antiguo coronel del ejército de espeso mostacho, no sin antes haber solicitado a su editorial española, Planeta, ser alojados en habitaciones separadas pero comunicadas por una puerta interior común. Luego llegó con una bandeja de vodka Nemiroff la camarera cubana del restaurante –la sombra del comunismo continúa siendo muy alargada– y, sorprendiendo a propios y extraños, pidió ser admitida en el club porque ella también se consideraba una buena lectora... sobre todo de temas relacionados con el brahmanismo.  

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