14 d’abr. 2011

DAÑOS COLATERALES

Foto: Imágenes Google

Veo salir de la cárcel de Jaén II a José María Sagarduy, alias Gatza, el preso más antiguo de ETA. Entró en prisión con veintiún años y queda libre con cincuenta y dos. Ha cumplido una condena de tres décadas y nueve meses por dos asesinatos. En 1978 mató al vecino de Amorebieta Juan Cruz Hurtado y al bibliotecario de Ondarroa José María Arrizabalaga. Tenía yo entonces diez años.
El caso de Sagarduy no deja de ser curioso. Fue condenado por aquel controvertido Código Penal franquista de 1973 que permitía beneficios penitenciarios. Sin embargo, su comportamiento le impidió ser redimido. En 1990 alargó su pena unos meses por agredir a un funcionario de la cárcel de Sevilla que quiso examinar una bolsa con la que había bajado al patio. El dato me ha recordado la condición de intocables de los presos etarras que tan bien refleja la muy recomendable película de Daniel Monzón, Celda 211, basada en la novela homónima de Francisco Pérez Gandul. Tres años después, protagonizó otro incidente aún más grave en la prisión de Granada: un frustrado intento de fuga. Ese hecho supuso que volviera a alargársele la condena y que pudiera aplicársele la doctrina Parot que le impedía unir el cumplimiento de sus diferentes delitos. De ahí que se haya convertido en el más veterano preso etarra.
Su liberación ha coincidido con la de otro angelito etarra, Antonio Troitiño Arranz, condenado por veintidós asesinatos, entre los cuales los de la matanza de la plaza de la República Dominicana, en Madrid. Éste, a diferencia del otro, se ha visto favorecido por la doctrina del doble cómputo de las penas, un resquicio legal abierto por el Tribunal Constitucional en 2008, al que se acogieron numerosos presos, y que el Gobierno modificó el pasado año.
Volviendo a Sagarduy, me impactaron las imágenes que vi por televisión, pues, mientras el etarra era duramente increpado por una veintena de miembros de la Asociación Voces contra el Terrorismo, se abrazaba a él con insólita felicidad una niña –su hija– no mayor que yo en 1978. La misma persona que tan dichosa la hacía fue una de las que a mí me robó parte de la infancia al convertirme en una especie de Marnie la ladrona, con un pánico extremo al color rojo que cada dos por tres en esa época contemplaba en la pantalla de mi televisor. Pues en esos daños colaterales para los que no hay estadística posible, yo me considero un herido más.

1 comentari:

  1. joan anton Sanchez Romero26 d’abr. 2011, 17:30:00

    En el món hi ha fets que semblen subrealistes mentres que hi ha persones que ploren els seus morts assassinats per terroristes i demanen que compleixin tota la condemna, aquests es beneficien d' algunes lleis que les reidimeixen les penes i són acollits per altres persones com si fossin heroes i aclamats com salvadors d'un ideal que no valora la vida i el que fan és ençalçar la mort.Veritablement l'ésser humà s'ha tornat boig.

    ResponElimina