10 d’abr. 2011

AFECCIONES AFRICANAS

Aparte de las tres apoplejías de diversa consideración que ha sufrido este año el continente africano en Túnez, Egipto y Libia –aquí, sin que se adivine todavía un pronto restablecimiento–, en las últimas semanas también se ha visto aquejado por esa enorme hernia inoperable que constituyen Liberia, Sierra Leona y Costa de Marfil. Esta vez la molestia se ha manifestado por donde parecía estar más controlada: por Costa de Marfil. Desde el pasado mes de noviembre en que hubo elecciones generales y el presidente saliente Laurent Gbagbo se negó a abandonar el poder en favor del electo, Alassane Ouattara, ya se intuía sin embargo que la faja de las Naciones Unidas iba a ser insuficiente y que los intestinos del país del cacao camparían a sus anchas. En todo este tiempo, y como ya viene siendo habitual, se ha producido el éxodo de cerca de un millón de personas en Abiyán, la ciudad más poblada e importante. Paralelamente, por la televisión también se han podido presenciar las ya acostumbradas imágenes de las cunetas atestadas de cadáveres.
Si bien todos los males que martirizan África resultan igual de graves para sus habitantes, yo no puedo evitar medirlos con diferentes varas. Tengo la sensación de que los que acechan a la parte árabe tienen más fácil arreglo, mientras que para los que se ceban en la negra o subsahariana no se vislumbra ninguna solución posible. Ésta se diría condicionada por el mismo maleficio atávico que perseguía a los desvalidos porteadores de las películas de Tarzán, siempre condenados al inevitable traspié que habría de llevarlos irremisiblemente al fondo del precipicio o a las fauces del depredador.
Pese a los años que han pasado, sigo sin quitarme de la cabeza el genocidio que en 1994 los hutus perpetraron en Ruanda contra sus hermanos tutsis. Por no hablar del apartheid durante tanto tiempo practicado por los bóers blancos en Sudáfrica y Namibia. No sé, creo que ya va siendo hora de que la comunidad internacional deje sus intereses económicos de lado y se digne a hacer algo. Aunque sea por caridad humana, como diría aquel infausto presidente del FC Barcelona.

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