6 d’abr. 2011

UNA CUESTIÓN DE EDUCACIÓN

Foto: Imágenes Google

Los primeros viernes en que Santos, el marido de Marga, vino a fregar la escalera de mi edificio, se sentía completamente avergonzado. Le desconcertaba verse en un trabajo más propio de mujeres que de hombres. Al menos eso es lo que pensaba él entonces. Como tantas otras familias de inmigrantes, llegó a España, proveniente de Perú, hace ahora siete años, dos después de que lo hiciera Marga, quien con mucho esfuerzo consiguió traerlo, junto a sus dos hijos comunes, gracias a la ley de reagrupación familiar. A ella la conocíamos muy bien porque su primer trabajo aquí había consistido en cuidar de nuestra hija recién nacida, cuando a mi mujer se le acabó la baja por maternidad. Su dedicación, dulzura y consejos de madre avezada nos sedujeron desde el primer momento. Por eso, aun sin conocerlo, medié entre los vecinos para que fuera él quien se encargara de limpiar la escalera. Recuerdo que no tardamos en invitarles a comer en casa para que nos presentaran a sus hijos y que salí a recibirles pertrechado con mi delantal. Santos se quedó de piedra. Lo que menos se hubiera imaginado es que fuera yo el que cocinara. Enseguida me vino a la cabeza el gran cuento de Mario Vargas Llosa Día domingo de la breve antología Los jefes, uno de sus primeros libros (si no el primero), que tan bien describía el carácter de sus compatriotas. El caso es que Santos acabó comiéndose con delectación todo lo que le puse en el plato, del mismo modo que no mucho más adelante también acabaría zampándose el sapo de todos sus prejuicios machistas, hasta el punto de que hoy en día se le ve relajado y contento cuando viene a limpiar la escalera, ocupación que combina además con otras de pintor y albañil, a buen seguro las verdaderamente soñadas en el trayecto del avión con el que cruzó el charco.
Al joven rumano de Torrejón de Ardoz que el otro día estranguló a su novia embarazada de cinco meses por la sospecha de que el hijo que llevaba en su vientre no fuera suyo, le faltó el tiempo necesario para desprenderse de la educación recibida en un país al que le falta mucho camino por recorrer. Esa cerrilidad y no la enajenación mental transitoria, como sostuvo Salvador Sostres en su blog de El Mundo –con esa mala baba de lerdo que suele caracterizarlo–, fue la causa real que desencadenó el drama. Yo creo que los habitantes del primer mundo tenemos una obligación con esos inmigrantes del tercero que llegan a la tierra de promisión aunque sea como mano de obra barata: la de mostrales la senda de la igualdad de géneros, el bien más preciado de toda sociedad que se precie. Sólo así podrán alcanzar el grado de civilidad de la estrella blanca del baloncesto norteamericano Steve Nash, quien, teniendo que digerir con resignación el mal trago de que su esposa blanca, madre de sus gemelas blancas, diera a luz a un hijo negro, se limitó, sin más, a pedirle inmediatamente el divorcio.  

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