22 d’abr. 2011

VEREDICTO FINAL

Foto: Imágenes Google

Desde el pasado mes de febrero, en el que las clases de un curso de catalán los lunes y miércoles de dos a cuatro me obligaban a zamparme a toda prisa un bocadillo de supervivencia, que he venido frecuentando uno de esos bares regidos por chinos que en los últimos tiempos han surgido en mi ciudad como setas (¿o quizá debería decir shiitake?). Me gusta por su amplitud y limpieza, por la educación de la pareja oriental que está al frente y, sobre todo, porque no hay un alma. Eso me convierte en un cliente bien atendido, casi mimado, que, pese a acudir tan sólo un día a la semana, suele verse agasajado por detalles dignos de agradecer como un platito de olivas o de patatas chips, cuando no por unos fresones que saben a fresón (no sé de dónde los sacan, francamente). En el establecimiento hay un elemento que sobresale del resto y, por qué no decirlo, brilla con luz propia: el gran televisor que en un rincón, encima de una peana a un par de metros del suelo, funciona a todo trapo como un conferenciante en el speakers corner. Aunque uno se resista, no le queda otra más que acabar prestándole la misma atención que parece prestarle la pareja. Sobre todo ahora que, ya finalizado el curso de catalán, dispongo de más tiempo mientras engullo el bocata. Coincido con un programa –no sé si en Tele 5 o en Antena 3– en el que, en un juzgado improvisado, se dirimen pleitos cuyos litigantes exponen, con profusión de argumentos, las razones que los han llevado allí. Creo que el programa se titula Veredicto final. Por supuesto, y pese a las apariencias, todo es más falso que el dinero del Monopoly. Tanto los pleiteantes como el público que participa actúan conforme a un guión trazado de antemano. En el último programa, por ejemplo, se llevó a la palestra la conveniencia o no de instalar un comedor social debajo de casa. A mí me maravilla la cantidad de matices que todos los casos encierran. De hecho, cuando abandono el bar, aún estoy dándole a la mollera. Programas así son los que le hacen concebir a uno la esperanza de que una televisión de calidad aún es posible. Además, día a día, me parece advertir en la pareja china progresos en el aprendizaje de nuestro idioma. Y quiero creer que la causa son algunos de esos buenos programas televisivos que miran con tanto empeño, como si les fuera la vida en ello. 

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