29 de maig 2011

RECORDANDO A LEONARDO SCIASCIA

Foto: Ricardo Gutiérrez

En enero prometí que más adelante me explayaría sobre el escritor siciliano Leonardo Sciascia. Así que hoy voy a desmarcarme del guión previsto por todos los escribidores de este país y, en vez de fútbol, hablaré de literatura.
Cuando mi mujer y yo nos fuimos a vivir juntos, juntamos también nuestras raquíticas bibliotecas. Una de sus grandes aportaciones fue una colección de literatura universal de quiosco, editada por Seix Barral, cuya cuidada encuadernación en guaflex amarronado resultaba inconfundible. Pese a que distaba mucho de estar completa, la calidad de las novelas con que contaba no era nada desdeñable. Recuerdo que el simple hecho de leer los títulos y de relacionarlos con sus respectivos autores ya me resultaba sumamente placentero. Había tres en los que me detenía con curiosidad: El zafarrancho aquel de vía Merulana, de Carlo Emilio Gadda, Las tribulaciones del joven Törless, de Robert Musil, y el raro Todo modo, de Leonardo Sciascia. Sin embargo, no llegué a leer entonces ninguno de esos tres libros, como tampoco lo he hecho después. Sus títulos me han parecido siempre tan evocadores que me he querido imaginar yo la historia.   
Fue hace pocos años, quizá cinco o seis antes de que muriera, cuando le compré dos libros al escritor Antonio Rabinad en la parada que tenía en el mercado de Sant Antoni. Uno lo vi claro enseguida: Los detectives salvajes, de Roberto Bolaño. El otro, me lo aconsejó el propio Rabinad: 1912 + 1, de Leonardo Sciascia. No tardé en leerlo. Tuve la misma sensación que cuando muerdo una oliva Kalamata: su literatura explotó en mi cerebro con tal virulencia que los efectos tardaron días en desaparecer de las papilas cognoscitivas.
Sciascia, como dijo una vez Enric González, fue una de las conciencias más sólidas de Italia. Vivió siempre entre su pueblo, Racalmuto, y Palermo, donde se trasladó para no separarse de sus hijas. Lo definían el apego por lo rural, un gran escepticismo y el pitillo pegado a los labios. Su clarividencia levantaba tantas ampollas que perjudicó su popularidad. El mismo Paco Camarasa, mi hombre en NegrayCriminal, confesó mientras se llevaba las manos a la cabeza no haberlo leído en su día por culpa de sus prejuicios ideológicos. Respecto a A cada cual, lo suyo, el libro que leímos en enero en el club, lo que parecía un sangriento asunto pasional se convirtió en la vieja trama de catolicismo, familia y patrimonio que alguna vez exige mártires. Sciascia fue, en definitiva, uno de esos escritores que todavía no consideraban la literatura como una sección secundaria de la industria del entretenimiento, sino como factor de poder. Y, aunque pensara que los intelectuales jamás han ejercido la menor influencia, adquirió sobre el mundo cierta forma de autoridad desde su pequeña isla.

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