27 de maig 2011

ENTRE UN 'BLOODY MARY' Y UNA MAGDALENA

Foto: Imágenes Google

El otro día me bebí el primer Bloody Mary de la temporada. Se trata de un cóctel que nació en París, en el Harry’s New York Bar, en 1920, de la mano del barman Fernand Petiot. El nombre está relacionado con varias mujeres, algunas reales, otras ficticias. Al parecer, proviene de la mezcla del club Bucket of Blood, en Chicago, y una bella corista llamada Mary; ahora bien, consigo suele emerger la leyenda de María Tudor, hija de Enrique VIII, quien se ganó el apodo de Bloody Mary por su constante persecución a quienes no profesaran la religión de su padre. En cuanto llega el calor, me pirra tomarlo antes de las comidas. No puedo resistirme a ese choque de contrarios que se cuece en su interior –pese al hielo– y que enfrenta el poderío ácido del zumo de tomate y del limón, por un lado, y la robustez salobre del tabasco, la salsa Worcestershire (o inglesa), la sal y la pimienta, por el otro. Sólo la fuerte graduación alcohólica del vodka, árbitro neutral de la contienda, consigue mantener a raya a los contendientes.
Cuando cumplí los cuarenta, me propuse educar al paladar en el noble arte del cóctel. Empecé por el Bloody Mary y me gustó tanto que debo reconocer que no me he atrevido a ir más allá. Sigo en la puntita del iceberg, fascinado por la espesa sangre de María y remiso a continuar dando pasos de cangrejo para sumergirme en este fascinante universo. Quiero tomarme mi tiempo. Tengo bien a mano los consejos sabios de Javier de las Muelas, el maestro nacional en esta disciplina, pero me niego a dejarme llevar por el arrebato del excesivo Winston Churchill, quien, sobre su bebida favorita, el Dry Martini, esa feliz mezcla de ginebra y vermut blanco, opinaba que cuanto más seco, mejor, lo cual implicaba que con una miradita a la botella de vermut era más que suficiente. Sin duda, cumplía a rajatabla con la lúcida sentencia del irlandés George Bernard Shaw: «El alcohol es la anestesia para poder soportar la operación de la vida». 
En fin, que ya me he vuelto a ir por los cerros de Úbeda, tierra de Joaquín Sabina y Antonio Muñoz Molina, entre otros. Yo simplemente quería decir que el otro día, mientras desgranaba la combinación de sabores del primer Bloody Mary de la temporada, me vi invadido de nuevo por la acostumbrada embestida de la nostalgia y en lo que tardé en bebérmelo pasó por mi cabeza toda la película del año. Ya lo esperaba. Así que aproveché para hacer balance y me sentí bien. Además, entre un Bloody Mary y una magdalena no hay color.  

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