16 de juny 2011

LA SORPRESA

De un lateral del enorme vestidor de su torre en la calle Doctor Farreras i Valentí descolgó el caro traje confeccionado a medida que la asistenta filipina le había dejado a punto para la jornada de presupuestos a la que se veía obligado a asistir en el Parlament. Un placentero escalofrío lo recorrió de arriba abajo en cuanto la camisa de trescientos euros quedó impregnada de la exclusiva colonia francesa que unos minutos antes, tras la ducha, había escampado por su pecho. Mientras removía con la zurda los gemelos de plata en el cuenco de cristal de Murano como si fueran bolas de un sorteo futbolístico aún tuvo tiempo de cerrar por teléfono un ventajoso negocio inmobiliario nacido de la crisis. De camino al Parlament ya llamaría a su agente de bolsa neoyorquino, al que, atando en corto, despertaba a diario para que lo mantuviera al corriente de sus inversiones en el otro lado del charco. Se tomó su café colombiano y, después de ajustarse la corbata de seda de rayas, volvió a pasarse el peine por el cabello y se golpeó el mentón con los nudillos ante el espejo.


El taxi lo dejó en la Avenida Meridiana e inició el paseo, cartera de piel en mano, espoleado por las buenas noticias que había recibido de los Estados Unidos, con la ligereza que le otorgaban sus suaves mocasines italianos. De repente, a la altura de la calle Wellington, donde con suerte esperaba oír el gruñido de algún felino enjaulado desperezándose, se vio sorprendido y rodeado por un grupo de gente indignada que empezó a increparle. ¿Cómo era posible? Aquello no entraba dentro del guión. Los hacía durmiendo la mona tras una noche de juerga y borrachera, o bien remojándose en su cruda realidad bajo la fuente de la Plaza Catalunya. Trató de avivar la zancada, desorientado, pero pastosos alientos en el cogote lo acojonaron vivo.
– Auxili! –acertó a proferir desvalido, con un nudo en la garganta y una mano en la boca, carente de la dignidad del vigía que anuncia el peligro o del mozuelo que vende periódicos.
Inexplicablemente, el cobarde se fue de rositas, aunque con un escupitajo de llama en la espalda. Se había sentido carnaza lanzada para que la devorasen y, cuando el pulso se restableció, se dijo que alguien iba a tener que pagar muy caro su paso por la tintorería. 

2 comentaris:

  1. A todos los valientes un poco de empatía y menos superioridad moral no les vendría mal.

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  2. Que se lo digan, si no, a aquellos dos valientes que decidieron el destino de miles de personas con los pies sobre la mesa por una buena causa: el dinero del petróleo

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