18 de jul. 2011

13, RUE DEL PERCEBE

Foto: Imágenes Google

Conocí el significado de la palabra acreedor gracias al moroso del ático de la 13, Rue del Percebe. Tendría entonces yo ocho o nueve años y recuerdo que iba por la calle con un palo largo amenazando a todo quisque mientras profería a voz en grito: « –¡Malditos acreedores, no cejaré hasta haberos ajusticiado!». Sé que suena a repelente niño Vicente pero, como ya he dicho en alguna ocasión –tras ciento setenta y seis posts, empiezo a repetirme–, en aquel tiempo mi manera de ausentarme de la realidad más inmediata era sumergiéndome en los hilarantes embolados en que se metían las caricaturas de las principales cabeceras de la editorial Bruguera, cuando no en los temerarios aprietos de mis queridos héroes nacionales –el capitán Trueno, Jabato, el Guerrero del Antifaz y Roberto Alcázar y Pedrín–.
Sin ninguna duda, la contraportada era un auténtico broche de oro a la lectura de cualquier Tío Vivo, DDT o Pulgarcito. Y es que uno no daba el tebeo por finiquitado hasta que no saciaba su curiosidad con las peripecias del descacharrante edificio sin fachada de la 13, Rue del Percebe urdidas por el maestro Francisco Ibáñez, del que precisamente este año se cumple medio siglo de vida.
Bruguera enroló a Ibáñez en su tripulación de dibujantes de historietas a sueldo y sin derechos de autor cuando los Cifré, Conti, Escobar, Giner y Peñarroya se liaron la manta a la cabeza y fundaron un nuevo tebeo llamado Tío Vivo, inspirado en el argentino Tipo Rico. Su aventura no llegó más allá de los ciento cuarenta y seis números. Luego, cabecera y autores (no todos) volvieron a ser fagocitados por las fauces del monstruo. Ibáñez, que había desertado de su trabajo en un banco cuando estaba a punto de cumplir los veinticinco años, debutó nada más y nada menos que con Mortadelo y Filemón. Pero fue sin embargo en la contraportada del reciclado Tío Vivo –cuyo número cero salió el 6 de marzo de 1961– donde firmó la página de más éxito del cómic español: la 13, Rue del Percebe.
Aseguran las malas lenguas que, a fin de que apareciera la inspiración, no tuvo más que limitarse a dibujar la sede de la editorial Bruguera y sacarle el caparazón. Los inquilinos que deambulan por el interior de dicho inmueble constituyen un catálogo de tipos entre lo miserable y lo absurdo y, sobre todo, de lo excesivo: pícaros, sádicos y mezquinos, un retrato del natural de esa España negra de estraperlistas, buscavidas y censores. Además del moroso profesional, Manolo, un sablista que vive del cuento y recuerda en todo al dibujante Manuel Vázquez, resulta inolvidable el científico loco del segundo derecha al que la censura se cargó en tan sólo tres años al no ver con buenos ojos que usurpara el papel de Dios fabricando monstruos. Su lugar fue ocupado por un sastre caradura e inepto, casi tanto como el caco del tercero. Tampoco tenían desperdicio el tendero mangante de los bajos, la avara casera del primero o la familia numerosa de diabólicos churumbeles, unos aprendices si se los compara con el ratón de la azotea. Valga, pues, este post para que se asome al presente la entrañable comunidad en la que yo, mira por dónde, sólo he conseguido encontrar paralelismos con la que tan magistralmente ideó Álex de la Iglesia cuando todavía no se había puesto pedorro. 

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