28 de juny 2011

CRÓNICA ANDALUZA (I)

Foto: Imágenes Google

El frikismo de Mónica y Carles, mis siempre queridos compañeros de trabajo, me ha permitido salir de la rutina laboral durante un par de días y, de paso, conocer mundo. Habían reservado entradas para una doble sesión de Phenomena –esa reciente y exitosa iniciativa basada en la proyección de películas taquilleras de los años ochenta– y han renunciado a viajar a Andalucía, una de las zonas de la geografía española donde, de la mano del grupo de servicios funerarios Mémora, nuestra empresa pretende expandirse. Así que, gracias a Regreso al futuro y E.T. el extraterrestre, he ido yo en su lugar, no sin un íntimo agradecimiento a la responsable de nuestro departamento, Txell, por no haber puesto reparos a causa de mi falta de experiencia.
El caso es que a las cuatro de la madrugada ya estaba yo en danza, pues el vuelo a Sevilla, mi primer lugar de destino, salía a las siete. La noche anterior había cenado lo justo para poder engullir algo a esa hora intempestiva, y sin duda he dado en el clavo con la estrategia: las dos tostadas de pan de cinco cereales con mantequilla y miel que me he zampado no sólo me han sentado de rechupete sino que me han mantenido en pie de guerra durante buena parte de la mañana.
En el control de pasajeros del aeropuerto, el humillante suplicio por el que, desde el 11-S, todo quisqui pasa, ha provocado el extravío momentáneo de mi tarjeta de embarque. Presumo que se me habrá escurrido mientras me sentía como una pescadera de Santurce (Pascual dixit) cargando algunas de mis pertenencias –cinturón, llaves, móvil, reloj, cartera… – en una bandeja de plástico para pasarlas por el detector. Reconozco que, durante unos inacabables segundos, un sudor frío se ha adueñado de mí, pero he reaccionado rápido y se lo he advertido a un diligente guardia civil. En un periquete, y como por arte de magia, la tarjeta de embarque ha regresado a mis manos.
En el vuelo, he seguido repasando mentalmente los puntos débiles de la charla que había de dar en la capital andaluza hasta que, de repente, un plácido duermevela me ha traído de nuevo esa irresistible sonrisa que me viene obsesionando en los últimos tiempos. 
En Sevilla, un imprevisto. El taxista desconocía la dirección encomendada. De nada ha servido decirle que correspondía al tanatorio de la ciudad; su respuesta ha sido de lo más desalentadora: «¿A cuál de ellos, pixa?». Sólo quedaba una opción, llamar al gerente de la zona de Andalucía para que me lo aclarara. «Al de la SE-30». Así y todo, he llegado con más de una hora de adelanto y, después de asegurarme del buen funcionamiento de la parte técnica –esto es, de conectar mi ordenador al proyector digital y de recurrir al “pincho” que traía para tener conexión a internet–, he dejado que el gerente, erigiéndose en mi anfitrión, me paseara, ahíto de gozo, por todo el tanatorio. He visto las capillas, algunas salas de vela con sus tristes y decimonónicos sofás Chester de skay verde, el columbario, la cafetería... Pero nada comparable al armario ropero, un almacén repleto de ataúdes. Confieso que habría querido salir corriendo y que no he podido evitar preguntarme qué hacía yo allí.
(Continuará... )

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