![]() |
Foto: Imágenes Google |
(...Viene de hace dos días)
Desde la estación de tren hasta el Patagonia Sur, mi hotel en el corazón de la tacita de plata –¡gracias, Eva, por tan magnífica elección!–, no debe de haber más de quinientos metros en línea recta. Pero eso es muy fácil decirlo a toro pasado. Al llegar a Cádiz, sólo he tenido ojos para el primer taxi que he encontrado y me han entrado las prisas por verme tumbado en la cama de una habitación con aire acondicionado. Lo que no sabía es que hasta allí me esperaba un auténtico eslalon por las angostas calles del casco viejo. Tal como había imaginado, el hotel ha resultado ser propiedad de argentinos. Me he puesto cómodo y, tras enviar un breve informe del día al despacho, he salido a pasear. Todo lo que no ha sido posible en Sevilla, lo he caminado en Cádiz. Podría explicar que la capital gaditana, fundada por los fenicios hacia el año 1.100 a.C., es la ciudad más antigua de Europa, y que su florecimiento económico durante el siglo XVIII configuró su urbanismo, pero no lo voy a hacer porque esta no es una crónica de viajes sino de trabajo. En cualquier caso, durante el callejeo, me ha llamado la atención el amor de este pueblo por sus héroes locales –el cantante flamenco Chano Lobato, Jacoba la cantaora, el guitarrista “de prestigio” Juan Doblones, ...–, con estatuas en las plazas y placas alusivas, en algunos portales, al día y lugar de su nacimiento. He pasado también por la calle Troilo, personaje mitológico además del perro con el que Antonio Gala charlaba hace ya unos cuantos años. Pero lo que más me apetecía era emular a Josep Maria Espinàs y meterme en un bar a escuchar conversaciones ajenas. Mientras me bebía un botellín de agua helada en la barra, un jubilado ha expulsado la ansiada perla con naturalidad: «Hoy he vizto yo los Rangers y al Chick Norris, el amigo de Kung Fu, le ha coztado lo zuyo atrapar al malo porque ezte mataba con un cuxillo de hielo que ze derretía, con lo cual la prueba del delito dezaparecía. ¡Vaya cabrón eztaba hexo, quillo!».
Era todavía temprano para cenar. Así que he llegado hasta la pequeña plaza de la Candelaria, la del monumento a Castelar, y me he sentado en un banco a leer. He encendido tranquilamente un purito y, de repente, me han llegado los ecos de la exposición de Trieste. «¿Fumará Magris? ¿Fumaba Svevo?». Pero enseguida me he olvidado de ellos para meterme en un cuadro de Botero. Y es que, así que he levantado la vista del libro, la plaza estaba llena de rollizos niños y cachazudos padres con sobrepeso poniéndose hasta arriba con las bolsas de ganchitos y patatas compradas en un concurrido quiosquillo. Unos y otros me han contagiado su voraz apetito y, con un cosquilleo en el estómago, he decidido que ya era hora de ir a cenar. Pero antes, me he dirigido al malecón para ver la famosa puesta de sol gaditana. Levitaba.
Cap comentari:
Publica un comentari a l'entrada