7 de jul. 2011

DOS ESCENAS ENTRAÑABLES

Foto: Imágenes Google

Creo que la vida en la ciudad ofrece más escenas desagradables que gratas. Y si no es así, al menos yo suelo ser más receptivo a las primeras que a las segundas. Me da rabia reconocerlo pero azuza más mi sensibilidad la contemplación de un sujeto meando en plena calle que la de una pareja besándose. Sin embargo, hace ya unas semanas, y de un día para otro, debió de producirse un armisticio porque me cautivaron un par de escenas llenas de ternura, con toda probabilidad tan triviales como la de la pareja besándose, pero que no puedo sacarme de la cabeza. Por eso las cuento. La primera ocurrió cuando, casi a punto de cerrar, salía de comprar pan de la panadería que hay debajo de casa. A la altura de mi portal, venían hacia mí dos matrimonios de octogenarios yanquis vestidos elegantemente de camino al acogedor restaurante francés situado al final de mi calle. De pronto, en un santiamén, arreció la lluvia. Ambos caballeros no lo dudaron ni un instante y, sin ningún atisbo de alarma, se quitaron la chaqueta al unísono y cubrieron a sus respectivas esposas con la prestancia de la mejor de las coreografías cinematográficas de Georges Sidney. Fue conmovedor y consiguieron que esa noche cenara tan a gusto como, a buen seguro, lo debieron también de hacer ellos.
Al cabo de unas horas, con el sol modelando un nuevo día radiante, llegó la segunda escena. La protagonizaron dos pecosos mormones repeinados, en una pausa de su ardua labor doctrinaria, a quienes sus refulgentes camisas blancas –con la plaquita identificativa de rigor– hacía difícil mirar bajo aquella intensa luz. Antes de que el semáforo cambiara y me viera obligado a seguir circulando, advertí que degustaban sendos cucuruchos de nata. Lo que me maravilló fue haberles atrapado en un gesto sincero, lamiendo con fruición e ingenua naturalidad, a años luz de esa rigidez dogmática que a menudo los convierte en autómatas y al fin libres del dichoso mamotreto de tapas oscuras del que no logran desprenderse ni a sol ni a sombra.

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