20 de jul. 2011

FUTBOLISTA CULTO: UN OXÍMORON A VECES DERRIBADO

Carlos Lobo Diarte. Foto: R. Martín

El mes pasado leí una entrevista con uno de mis ídolos futbolísticos de infancia: Carlos Lobo Diarte. Su cromo figura en mis cuatro álbumes correspondientes a las temporadas que van desde el año 1974 hasta el 1979. Aunque enseguida me habría de olvidar completamente del fútbol para obsesionarme con el baloncesto, recuerdo, sin embargo, que en aquella época de pasión por el deporte rey era colchonero. Me enamoré del delantero argentino Rubén Ratón Ayala, no precisamente por su belleza física –creo que no he visto en un terreno de juego un jugador más feo que aquél– sino por sus habilidades balompedísticas. Corría que se las pelaba, tenía buen remate, iba bien de cabeza y, encima, se dejaba la piel en el campo. Luego llegaron los brasileños Luiz Pereira y Leivinha y aún se prolongó un poco más mi idilio con el Atlético de Madrid.
En cuanto a Diarte, por esa entrevista he sabido que era paraguayo. Digo “era” porque hace unos días llegó la temida aunque esperada noticia de su muerte. Tenía un cáncer en avanzado estado. El periodista le preguntó por qué le llamaban Lobo. El apodo se lo pusieron en su primer club, el Olimpia, porque su zancada era rápida y larga, como los lobos de crin sudamericanos. Llegó al Zaragoza, el primer club español donde jugó, en 1974 –luego recalaría en el Valencia, el Salamanca y el Betis–. Cobraba 35.000 pesetas al mes y su ficha ascendía hasta las 750.000. Reconoció que incluso en los últimos tiempos tenía el fútbol pegado a los talones y que de ahí le subía al corazón. Por lo poética de esa declaración me fue imposible dejar la entrevista a medias. Leí que fue una de las dignas excepciones que confirmaban la regla del futbolista inculto de los años setenta. Había llegado a completar el bachillerato, lo cual si bien era mérito suyo no lo era menos de su madre, quien, pese a haber criado a ocho hijos sola, supo poner las condiciones para que a partir del estudio se labraran un porvenir. Reconocía que el fútbol siempre ha tenido la mala fama de ser un lápiz corto intelectual, pero que aun así los Valdano, Pirri, Pardeza o Guardiola son un excelente espejo en el que todo jugador que se precie debe mirarse. A Diarte le encantaba la poesía, y era un incondicional de la Generación del 27, así como de los versos de Ángel González o de los microrrelatos de su compatriota Augusto Roa Bastos. Lo cierto es que además de lector también era un poeta de profundas reflexiones. Me quedó clarísimo cuando el periodista le preguntó por su legendaria introversión. «Sí, es cierto que soy introvertido. Si no me riegas, no me sacas de la raíz. La soledad puede ser tan buena como perversa. Al final, aunque tu familia te acompañe, estás solo. Lo sensible te exprime. Cuanto más solitario, más esparces tus sentimientos». Hasta siempre, Lobo Diarte.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada