14 de jul. 2011

NEGRAYCRIMINAL (VII)

Foto: Paco Elvira

Empezamos tarde. Faltaba Enrique, uno de los miembros más conspicuos del club. Luego nos explicaría que aquella mañana había madrugado para impedir un desahucio en Santa Coloma de Gramenet. Cuerpo no le falta. Ha cumplido ya los sesenta, pero sigue llevando dentro el mocetón que algún día fue en un físico acorde con su admirable pasado sindicalista. Llegó justo cuando yo ya había acabado de intervenir, pues esta vez me tocó a mí el papel de quitanieves y de pisar sobre terreno virgen. Nos enfrentábamos a Al borde del Pacífico, del estadounidense Ross Thomas. Abrí fuego, no sin antes confesar mis carencias como lector de novela negra. Y es que me había perdido de tal manera por los muchos vericuetos del argumento que el final se me hizo incomprensible. Con ello no estoy diciendo que me desagradara. Nada más lejos de la realidad. Me pareció una excelente elección para acabar el curso 2010-2011. Tal como apuntó después Paco Camarasa, el mejor elogio que de ella puede hacerse es el de considerarla una novela picaresca… ¡a la americana! Porque, efectivamente, el juego andaba entre cinco pillos que perseguían un objetivo común: hacerse con un jugoso botín de cinco millones de dólares –uno por cabeza–. Para ello debían viajar desde Estados Unidos hasta las Filipinas de Ferdinand Marcos y Benigno Aquino, un marco histórico y espacial insólito. Tuve muy claro ya desde el principio que estaba ante un thriller político. Enseguida aprecié la habilidad del autor para armar la trama a partir de los diálogos. Pese a la mala traducción, eran tan buenos (« –¿Qué hay de malo en hacer un poco el bien mientras podamos? –En el bien nunca hay dinero.») que hacían del todo innecesarias las descripciones, escasísimas. Ahora bien, con lo que Ross Thomas se me ganó fue con su maestría ajedrecística para que los personajes avanzaran a su antojo, con asombrosa naturalidad e infrecuente sentido del humor. Puro lenguaje cinematográfico fenomenalmente escrito.
Por supuesto, mis elogios iniciales fueron inmediatamente rebatidos por varios compañeros. Algunos, juzgando el libro demasiado esquemático se leyera como se leyera, se habían aburrido de lo lindo. Otros reconocieron haberse acogido a no sé qué enmienda (¿la primera?, ¿la quinta?) para abandonar a las primeras de cambio o, lisa y llanamente, abstenerse de su lectura. Hubo quien, pese a considerarla la típica novela de espionaje de los años ochenta, me secundó. El propio Enrique albergaba dudas sobre su calidad. Por un lado, se escudaba en la condición de gran olvidada de Filipinas entre todas las ex colonias españolas para defender la originalidad del contexto histórico y del paisaje de la novela. Por el otro, le había molestado enormemente lo enrevesado de la trama y la capa de superhéroes de los protagonistas. Fue entonces cuando Paco cogió el toro por los cuernos y, remontándose hasta James Fennimore Cooper, nos dio una lección magistral sobre la escasa tradición americana de novelas de espías y el chocante pudor patrio de los escritores de ese país a la hora de airear los trapos sucios de sus servicios de inteligencia. Recuerdo que mientras el librero nos deleitaba con su inacabable erudición me iba diciendo para mis adentros: «Este tío es una de las pocas personas a las que pagaría por escucharle hablar». A juzgar por la propuesta que formuló a continuación, me percaté de cuán portentosa es la telepatía como forma de percepción extrasensorial. Pero eso mejor os lo cuento otro día.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada