28 de jul. 2011

CRÓNICA DE LOS MADRILES (Y II)

Foto: Imágenes Google

(... Viene de hace dos días)
Me recibe un gerente jovencísimo y algo amanerado que, por querer ocultar su edad con una cuidada y espesa barba, me recuerda al presentador José Manuel Parada, el de Cine de barrio. Se muestra tan cordial que enseguida me hace adepto a su causa. Y eso que, sin encomendarse ni a Dios ni al Diablo, ha decidido retrasar mi charla formativa, prevista para las diez, a una hora indefinida. Al parecer somos tres los proveedores convocados hoy y tengo a uno por delante. Así que soy invitado a regresar al bar y a volver a almorzar. «Por aquí sí que no paso», me digo con el azúcar del donut todavía pegado a las comisuras de los labios. En vez de seguir su consejo me procuro un banquito en los alrededores del tanatorio y, con todo el tiempo del mundo para paladear los intensos efluvios del trigo, no me cuesta ningún trabajo rematar el post de la 13, Rue del Percebe que había venido pergeñando en el tren. Para entonces el calor alcarreño empieza a apretar de lo lindo, razón por la cual cuando acuda a mi rescate el joven gerente y desde lejos me haga un gesto con la mano para que entre en el tanatorio se lo agradeceré infinitamente.
Me conduce hasta la salita donde esperan los asesores y la sorpresa es mayúscula, morrocotuda y aguanodóntica al encontrarme frente a frente con el cincuentón encorbatado y obeso del tren. «¡Joder, tú eres el del Ave!», se me adelanta con una voz clavada a la del cómico Jordi LP. Hago el amago de contestarle, pero me interrumpe el gerente: «¡Tranquilos, chicos, que ya tendréis ocasión de comentar la jugada! Os vais a pasar todo el día juntos». Ante un auditorio constituido en su mayor parte por mujeres que me gano en un periquete, paso mi tiempo de exposición intrigado con el maletón de visitador médico de mi compañero de viaje. El misterio se desvela poco después en un sofá de la sala principal del tanatorio, entre los sentidos sollozos de un clan gitano que acaba de perder al pater familias. Es la vida. Unos se van y otros procuran que lo hagan ligeros de equipaje. «Yo llevo la representación de diamantes que se confeccionan con el carbono extraído de los mechones de pelo de los difuntos». «¡Qué friki y vaya yuyu! –pienso–. ¡Cuándo dejará de sorprenderme mi trabajo!». Mi compañero de tren se muestra algo preocupado porque su negocio está muy lejos de ir viento en popa. A mí se me antoja que la causa hay que buscarla en lo exorbitante del precio del pedrusco puesto que, tal como me cuenta, la broma oscila entre los dos mil y los diez mil euros, en función de los diversos tamaños y colores. Además, a ver quién es el guapo al que le apetece llevar a su madre, o peor aún, a su suegra, todo el santo día colgada del cuello o en un dedo.
A la hora de la comida se nos une el proveedor que faltaba, un especialista en toda suerte de servicios jurídicos, capaz de resolver hasta el último fleco por más enrevesadas que hayan sido las circunstancias del óbito. Sin tiempo para deglutir el cocido que bajo un sol achicharrante nos hemos zampado en la terraza del bar del almuerzo, gerente y proveedores nos trasladamos en coche hasta Coslada, el segundo destino del día. El rey de los diamantes se descabeza otro sueñecillo, con la disonante y ya familiar sinfonía de ronquidos en Re Mayor. Al despertarse, me espeta: «Me he quedado un poco traspuesto pero me ha pasado igual que esta mañana en el Ave. Intranquilo como estaba por temor a pasarme la parada de Guadalajara, me ha sido imposible dormir a pierna suelta». «Lógico», otorgo mientras clamo al cielo y me digo: «¡lo que hay que oír!».
En la sala madrileña, pinchamos los tres proveedores. El ambiente carcelario –de cuarta galería– que se respira, con el bando de quienes se lo quieren comer todo enfrentado al de quienes no se han comido nada pese a los muchos años en la brecha, es de lo más inadecuado para tratar de convencer a nadie de las bondades de su producto. Y es que no siempre se puede ganar. Bien lo sabe el pez gordo de la cadena Ser cuando, en el viaje de vuelta, resignado e indiscreto, se lamenta vía telefónica de lo mal que le ha ido la reunión con lo que queda de la plantilla de periodistas del Carrusel deportivo tras la marcha del equipo de gala a la Cope.

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