13 d’ag. 2011

LA BODA REGIA

Foto: R. Berrocal
El verano suele ser la época en la que la mayoría de pueblos de España celebra sus fiestas. Es también un período horribilis para muchos animales, que se ven conducidos a un sufrimiento baldío hasta su cruel sacrificio final, para solaz de lugareños y allegados. Ahí están como testimonio el toro alanceado de Tordesillas o hasta hace poco el de Coria, diana de una lluvia de clavos lanzados con cerbatana, por no hablar de la cabra arrojada desde un campanario en Maganenses de la Polverosa. Si estas fiestas ponen de manifiesto la iniquidad del género humano, las hay también que proclaman a los cuatro vientos su inveterada estupidez. Es el caso de la de la tomatina de Buñol o la del paseo con los pies desnudos sobre la alfombra de ardientes ascuas de San Pedro de Manrique –aunque quizás ésta, amparada en una inofensiva tradición secular, sea con mucho la más decorosa y justificable–. Por eso me alegré tanto al descubrir la civilizada celebración que tiene lugar en Valencia de Alcántara los primeros días de agosto: la Boda Regia.
Se trata de una fiesta medieval que conmemora los desposorios en la villa entre la hija primogénita de los Reyes Católicos, Isabel, y el Rey de Portugal Manuel I, conocido por el Afortunado o el Grande, en octubre de 1497. Los prolegómenos de la boda se caracterizaron por el estado de viudedad de la infanta, el de soltería y radiante juventud del rey portugués, y la grave enfermedad de Juan, príncipe de Asturias y hermano de Isabel, que obligó a su padre, el rey Fernando, a ausentarse.
Fueron tres agradables días que se iniciaron con la ruta de la tapa medieval, en que en las cantinas del pueblo se sustituyeron los tentempiés habituales –¡qué rico el pincho de mondonga!– por exquisiteces evocadoras de aquel tiempo: la tosta de salmorejo y crujiente de jamón ibérico, la chamfaina extremeña, las pataniscas de bacalao, la tortilla a la naranja, la croqueta de perdiz,... Asimismo, los bufones de la Corte, con su incansable entrega y simpatía, hicieron las delicias de los más jóvenes al tiempo que los tenderetes de artesanía y gastronomía medieval plantados en la explanada del castillo de Rocamador trataban de hacer su agosto. Hubo conciertos de música antigua, circo, bailes, actuaciones teatrales y una recreación histórica de los oficios y la vida cotidiana en el siglo XV que volvió a sacar a la luz la figura del señor Cipriano. Todo ello hasta el inolvidable momento en que medio pueblo, ataviado con prendas de laboriosa confección y el papel bien aprendido, desfiló para sus convecinos. No se oyó ni una mosca hasta que el ensordecedor espectáculo de fuegos artificiales puso el colofón al regio casorio y a mi visita por tierras extremeñas.

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¡200 posts! ¡Qué vertigo! El caso es que aún tengo ganas de seguir dando la lata

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