5 d’ag. 2011

NAVEGANDO POR EL TAJO (Y II)


Foto: Imágenes Google

(... Viene de hace dos días)
Precisamente, a fin de hacerse una composición de la fauna fluvial del Tajo, uno ha de imaginárselo como un trifásico café irlandés. En la capa de la nata se encuentran los cangrejos, las percas y otros pececillos de poca monta; en la del café, ejerciendo el control a media altura, el gran depredador introducido, el lucio, que siempre actúa en solitario y que está diezmando este ecosistema; mientras que en la del whisky, en la zona más profunda, oscura y fría, las tencas, las carpas, el barbo y el siluro. De vuelta a la superficie, el guía nos propone concursar. A cambio de un pin, debemos contestar qué producto químico se obtiene con la jara pringosa, la planta más emblemática de estas tierras. Una señora que repasa sus uñas primorosamente arregladas y pintadas de naranja contesta como quien no quiere la cosa: «la acetona». Da en el clavo. El guía nos habla entonces de otro arbusto, el brezo, con el que hace milenios se construían los chozos, las viviendas circulares típicas de esta región, hasta que en la edad de los metales, al trabajar el hierro en las fraguas, debió ser sustituido por la piedra porque era pasto fácil de las llamas. Lo cierto es que la abundancia de este metal originó una floreciente industria a su alrededor, como atestiguan los forjados de la Catedral de Santiago de Compostela, todos salidos de las herrerías cacereñas de esta margen del Tajo. Acto seguido, el guía vuelve a la carga. Tiene ganas de regalar pines. Ahora se centra en el mundo animal y, tras requerir a otra tripulante para mostrarnos la envergadura de un buitre con las alas extendidas, pregunta el peso en ayunas de este ave carroñera. Las respuestas son muy dispares, pero ninguna tan descabellada como la de mi hija, quien, instada por su madre, no tiene reparos en aventurarse con unos exagerados ciento cincuenta kilos. Ni con el buche lleno –los buitres pueden llegar a engullir tres veces su peso– se habría acercado lo más mínimo. Poco después, observándolos en las buitreras con los prismáticos, tendrá ocasión de comprobar cuánta razón tenía el ganador, su hermano, quien aconsejado por su padre, se plantó en unos tan magros como certeros once kilos. 

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