9 d’ag. 2011

NEGRAYCRIMINAL (VIII)


Foto: Imágenes Google

Aprovechando este mes de descanso, quiero dedicar a mis compañeros del club de lectura de la librería NegrayCriminal el microrrelato que escribí las pasadas navidades con la intención de presentarlo al premio que convocaba La Gangsterera y que, llegado el momento, se quedó en el cajón de mi escritorio por un imperdonable despiste. Como no podía ser de otro modo, lo titulé «El club de lectura». A ver si os gusta.
«Fueron las inmejorables referencias de una amiga de su madre las que lo llevaron al club de lectura que venía organizando aquella librería especializada del barrio portuario de la ciudad. Si bien llegó puntualmente, en la sala tan sólo quedaba ya una silla vacía. El librero, cuya posición central revelaba su papel de maestro de ceremonias, lo invitó a sentarse. Pasó por encima de una rejilla a través de la cual se distinguía la silueta dibujada de un cadáver en el sótano; se acomodó y dirigió una mirada general. Delante de las paredes forradas de libros colocados sobre sencillos estantes, se había formado un círculo de lectores que él, con su presencia, contribuía a cerrar. Enseguida reparó en sus nuevos colegas, la mayoría en edad de haberse jubilado; todos sin excepción iban caracterizados con arreglo a la temática de la librería. Reconoció a un Hercules Poirot, a un Sherlock Holmes y a un Padre Brown, así como, de entre los que imitaban a escritores, le asombraron por su increíble parecido Simenon, Patricia Highsmith y Manuel Vázquez Montalbán. Por no hablar de Miss Marple, a quien tenía sentada al lado: la amiga de su madre. Recuerda que fue entonces cuando debió de asaltarlo aquel escandaloso ataque de tos y que la anciana se apresuró a ofrecerle una pastilla que, con brío adolescente, había sacado de su bolso. Ante el expectante elenco de dobles literarios, se sintió obligado a aceptarla y, pese a que no se la tragó, por cortesía o por jugar o por la tensión de saberse protagonista, al cabo de unos segundos ladeó teatralmente la cabeza y se hizo el desmayado. Para su sorpresa, en vez del burlesco murmullo aprobatorio que había previsto en respuesta a su gesto, únicamente le llegó la voz excitada del librero: «Ya os dije que el efecto de estos comprimidos era inmediato. Ahora, abrid la rejilla y ¡al sótano con él! Descorreré la tapa de la alcantarilla y la corriente hará el resto. Vamos a consumar un crimen perfecto». Como el zorro al que acorrala la jauría de obedientes perros cazadores, se escabulló de su silla poseído por un agudo instinto de supervivencia y, tras vencer de un empujón el asedio de un desconcertado Francisco González Ledesma, en tres zancadas se plantó a salvo en la calle. Conforme se alejaba de allí a toda prisa en busca de la principal arteria del barrio, se percató de que todavía conservaba la prueba del delito debajo de la lengua. Pero reaccionó diciéndose que si él se hacía cruces por lo que acababa de ocurrirle, mucho menos pábulo daría a su historia alguien capacitado para ello. Así que escupió la pastilla en una papelera y, bajo el manto protector del bullicio humano, trató de sobreponerse a los temblores que se habían adueñado repentinamente de sus piernas».

3 comentaris:

  1. Perfecto y publicado con fecha del segundo martes de mes, como correspondía.
    Ya sabes que mantenemos una apuesta, pero tranquilo, moralmente ya la tienes más que ganada.
    Enrique

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  2. O sigui, que en la ficció hem estat a punt d'enviar-te "A dos metros bajo tierra". Em recorda a "Arsénico por compasión": semblaven tan bones i inofensives... Imma

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  3. Bien, bien, Ricard, me has dado una gran idéa para
    la utilización de la trampilla....Hasta pront0.María Albert

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