Foto: Gabriel Vilas |
Supongo que la libertad debe de ser eso, llegar a colmar la sana aspiración de bañarse en bragas o en calzoncillos, cuando no en pelota picada, sin que venga un aguafiestas a tratar de impedírtelo. Qué satisfacción para estos tres chavales negros permitirse correr el riesgo de caer también ellos, por un exceso de confianza, en las fauces de algún tiburón blanco, como sus compatriotas paliduchos. Sólo por eso ya vale la pena el baño, me da por pensar.
Pero mucho me temo que el gran depredador de estos lares sigue siendo el hombre (en los tiempos presentes, sin distingo de color) y que el bienintencionado gobierno de Jacob Zuma se está viendo desbordado por los muchos problemas sociales que acucian a este país. Tras la inyección de moral que supuso la presidencia del carismático Mandela y el permanente nirvana que su pueblo alcanzó con él, Sudáfrica se ha desinflado y parece ahora seriamente amenazada por el analfabetismo, el desempleo y la delincuencia, además de por esa plaga bíblica que no deja de sumar enfermos: el sida. Ésa es la triste verdad que encierra el diagnóstico, por más que el atronador sonido de las vuvuzelas invite a la confusión.
Ello no obsta para que la realización del sueño de estos dichosos bañistas llame a la esperanza a otros muchos en un continente que, dejado de la mano de Dios, pugna por escapar a su destino a golpe de revolución.
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