29 d’oct. 2011

CONTRA EL LIBRO ELECTRÓNICO (Y III)

Foto: Imágenes Google
(... Viene de hace dos días)
No mencionaré aquí aunque podría hacerlo el fetichismo de un amigo al que le gusta leer a P.G. Wodehouse ataviado con el traje de tweed que heredó de su tío abuelo –riguroso pañuelo de seda asomando del bolsillo y una leontina encadenada al chaleco–, más o menos a la manera de los aristocráticos personajes de ese maestro inglés del humor. Es su particular modo de agradecerle los desternillantes momentos que siempre le ha brindado con la pareja Wooster-Jeeves y tantos otros. Tiene mucho mérito por cuanto mi amigo no sale de las camisetas de Scorpions o Motörhead, como corresponde a quien nunca ha abjurado de su condición de heavy irredento. Por eso yo no lo concibo en mitad del ineludible rito con un libro electrónico entre las manos en lugar de con alguno de los de la caduca colección Al monigote de papel, de la editorial José Janés, tan pésimamente guillotinados como entrañables y a un paso de desencuadernarse.
Esta vez voy a estar de acuerdo con Arturo Pérez-Reverte y también yo me negaré a convertir mi biblioteca en un cibercafé. No quiero ensimismarme bobamente con todos los accesorios del libro electrónico –música, imágenes, email...–, un tentador caldo de cultivo para que, como dice el murciano, la atención necesaria en el acto de la lectura haga aguas. Leer de verdad no tiene nada que ver con eso. Si se lee bien nada hay a tu alrededor que pueda llegar a distraerte. Qué queréis que os diga. La verdad es que la pantalla portátil a mí también me la refanfinfla.
Pero no os vayáis todavía que aún hay más. Cuántas veces un libro en papel nos ha salvado un regalo, o nos ha permitido compartir nuestros gustos con alguien a quien se lo hemos prestado. O simplemente lo hemos dedicado con nuestros mejores deseos o nos lo ha dedicado el escritor al que admiramos. Con un e-book, en cambio, esa componente social se pierde por completo. En una palabra, deshumaniza. Tanta perfección acaba resultando imperfecta.
Luego hay otros detalles superfluos –pero no por ello menos importantes– que nadie parece haber tenido en cuenta, como por ejemplo el placer de mojarse los dedos para pasar la página. Esa imperceptible pausa sería imposible con un libro electrónico. Es más, quién me asegura a mí que en un despiste el invento de marras no me vaya a reprochar tan interiorizado acto dándome un calambrazo.
Llegados a este punto, creo que muchos hasta mirarían con buenos ojos el disgusto de perder el marcapáginas y verse en la tesitura de hojear para encontrar el párrafo en el que se habían quedado. Y qué decir del hallazgo en un libro que se relee de aquel grano de arena o de aquella pluma que al instante te permite evocar dónde se leyó por primera vez. O del tisanuro que, aletargado entre las páginas del volumen que se acaba de sacar de un rincón de la biblioteca, revive con la luz y te da un susto de muerte. 
Oponerse a lo inevitable no tiene mayor sentido que el romántico, de cuya naturaleza han sido todos los argumentos que he expuesto en estos posts, sin duda una inmejorable causa para el sectarismo, Enrique. Y de la ecología ya hablaremos en otra ocasión.

1 comentari:

  1. Yo leo a Wodehouse desde jovencita, sin disfrazarme, pero podría hacer una tesina sobre él, y afirmo ,rotundamente, que se levantaría de su tumba junto con Jeeves, Berti Wooster y todas sus tías, amén de sus amigos petrimetres ,si se viera escrito en nun libro electrónico.
    Ricard, estoy contigo.
    María Albert

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