3 d’oct. 2011

MI DUQUE DE ALBA PREFERIDO

Foto: Imágenes Google

Pasado mañana es el gran día. El día en el que la duquesa de Alba con- traerá matri- monio por tercera vez en su vida. Co- nozco todos los porme- nores del enlace: las desavenencias que la decisión le ha acarreado con sus descendientes, el gris funcionario palentino que se ha prestado a cargar con el decrépito mochuelo, el vestido y el menú de los esponsales y hasta el ducal topless de hace treinta años que, con las acostumbradas artes depredatorias de siempre, se ha apresurado ahora a publicar en la portada de su último número la revista Interviú. Sí, me he empapado de toda una parafernalia que seguramente me habría importado un pepino si a principios de año no hubiera leído en el diario una admonitoria carta de Cayetana de Alba dirigida al columnista y escritor Manuel Vicent. ¿El motivo? La última obra del autor valenciano, Aguirre, el magnífico, dedicada a la figura del decimoctavo duque de Alba y difunto segundo marido de la enojada Fitz-James Stuart y Silva, cuyas andanzas tan bien define sin quererlo ésta cuando tilda el libro de “esperpento literario”, pues, tal como Vicent se apresura a señalar en las primeras páginas, «Jesús Aguirre, como personaje, podría desafiar con ventaja a cualquier ejemplar de la corte de los milagros de Valle-Inclán».
Pese a lo mucho que me apetecía leerlo, no pudo ser hasta el verano. Mientras tanto, me consolé recordando cuánto me impresionaban cuando yo era un adolescente las apariciones por televisión de Jesús Aguirre, «ese clérigo volteriano, luego secularizado y transformado en duque de Alba, vestido como un veraneante del Adriático sin ser del todo ridículo, cuya inteligencia se salvaba de la pedantería por el cinismo, y que si se hubiera expuesto a los espejos deformantes del callejón del Gato probablemente los habría roto en pedazos sin tocarlos o tal vez en el fondo polvoriento habría aparecido la figura del Capitán Araña». No puedo olvidarme de su inigualable oratoria que al momento hechizaba a quien lo escuchara, como me ocurrió a mí, y que tenía completamente arrebatada a la intelectualidad izquierdosa de los ochenta. Puedo asegurar que yo no he vuelto a oír a hablar a nadie con tanta propiedad y, sobre todo, con la misma rapidez de pensamiento.
Ahora bien, diez años después de su muerte, lo que a uno le sigue sin cuadrar es el misterioso emparejamiento de Aguirre con tan asilvestrada dama. Qué diantres pintaban el uno al lado del otro. Nada, a no ser que ambos fueran las dos caras de una misma moneda. Mientras que ella, contrariamente a lo que suele decirse, no ha sido nunca un espíritu libre sino caprichoso, él no tuvo delirios sino realidades de grandeza.

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