19 d’oct. 2011

NEGRAYCRIMINAL (X)

Foto: R. Berrocal

No he hablado todavía de lo bonita que me resulta la librería de Paco y Montse. Bien es cierto que, bajo el intenso colorido de la ropa que cuelga en los tendederos de los escuchimizados balcones que imprimen carácter al barrio, pasa bastante inadvertida en mitad de la calle de la Sal. Pero ahora que los libreros tienen abierto todo el fin de semana, quien baje hasta la Barceloneta a dar una vuelta está obligado a traspasar la canija puerta verdiazul de estación ferroviaria de la posguerra que protege al enorme portalón de madera de las inclemencias meteorológicas. De lo contrario se perderá el sinfín de rincones con encanto que NegrayCriminal alberga en su interior. A mí me gustan particularmente tres: la cavidad u hornacina con estampado veneciano añil donde descansa una acertadísima reproducción del halcón maltés de Dashiell Hammett; el móvil del crimen que pende de la viga que separa la sala principal de la pequeña estancia que da cobijo al fondo bibliográfico intemporal de la librería; y el sobrio escritorio metálico de dependencia policial franquista, junto a una no menos austera caja fuerte de timón, en el que Paco hace caja. Por supuesto, no me olvido del enrejado desde el que se ve el sótano y esa turbadora yacente silueta humana con la que tanto me gusta fantasear.
Los primeros rayos de sol otoñales saturan los colores y permiten distinguir los rostros de los compañeros del club de lectura con absoluta claridad. Casi puedo leerles el pensamiento antes de que empecemos a desmenuzar el libro de este mes, El beso de Glasgow, del escocés Craig Russell, cuya osadía de querer escribir como los clásicos del hard-boiled le va a costar caro. La acción de la novela se sitúa en 1954, un período en el que, de no ser por el incombustible comisario Jules Maigret, prácticamente no existen investigadores de ficción –Dalglish inicia su andadura en 1961 y Martin Beck, en 1965–. No sé por qué pero Lennox, el protagonista, no cae bien. Me hago cruces, sobre todo después de haberme deleitado con frases tan divertidas como «salí de la peluquería con una raya tan impecable que el trabajito de Moisés en el Mar Rojo resultaba chapucero en comparación», o «me pasé el resto del día yendo de un garito de apuestas a otro. Un tour por los urinarios públicos de Calcuta habría resultado más edificante», o «me miré los pantalones del traje: tenían más arrugas que una octogenaria nepalí». Sobre gustos no hay nada escrito. Menos mal que la coincidencia es unánime en cuanto a la acertada descripción de la ciudad y a su análisis socioeconómico casi forense.
Las diferencias se disiparán luego durante la comida, en la que no falta un brindis para conmemorar el décimo aniversario de la muerte de Manuel Vázquez Montalbán.
– ¡Contra el régimen! –alza la copa Paco–.
– Eso, eso. ¡Contra el régimen... que está por llegar! –secunda María–.   

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