9 d’oct. 2011

UNA JORNADA LABORAL MEMORABLE

Foto: Imágenes Google
Poco a poco, mi solitario compañero de los fines de semana en que me toca trabajar en la oficina se va soltando más. Ayer, si no se había desayunado con una flexible lengua de jirafa o de camaleón, poco le faltó. Confieso que durante unos segundos la imparable facundia que derrochaba me llegó a aturdir, hasta que por su amistoso tono de voz comprendí que no pretendía sino regalarme los oídos con algún asunto digno de interés o, lo que es lo mismo, con algún chusco de pan que llevarme a este blog. Así que dejé de lado la crónica que estaba corrigiendo para sumergirme en la del corazón, y de la boda de la duquesa de Alba con Alfonso X –así es como lo llamó– pasó sin transición ni dilación a esa limpia cornada al diestro gaditano Juan José Padilla que merece optar al premio a los mejores efectos especiales del presente Festival de Sitges. Tras hablar de globos oculares reventados y de vísceras, llegaron los zombies, y con ellos irrumpieron esos programas de fenómenos paranormales que tienen en Iker Jiménez al puto amo. Al verme receptivo, me prometió que hoy habría más.
Así que al inicio de la jornada dominical he tratado de aprovechar su pico de trabajo con el clipping general de primera hora de la mañana –que le obliga a estar callado– para avanzar en mi tarea. Con el margen que he ganado he conseguido que no me asaltara ningún remordimiento cuando la bestia social que lleva dentro se ha desatado. No sé a santo de qué pero hemos empezado el debate cagándonos juntos en el sueldazo anual que percibe nuestro monarca y de ahí nos hemos centrado en esa polémica taurino-nacionalista que estos días vienen manteniendo por escrito Pilar Rahola y Carlos Herrera. Y luego, tal como me había prometido, me ha nutrido de material de primera para mi próximo post
Cuando a la una del mediodía se ha ido, me he sumido en una frenética actividad laboral hasta la hora de comer. Traía una fiambrera con la ensaladilla rusa que bordé el día anterior y que, en la soledad de la oficina, me ha sentado de perlas. Como en el momento de interrumpirlo me estaba cundiendo el trabajo, no he tardado en volver a él y, conectado a los cascos para disfrutar de las cançoes de ninar brasileñas que me regaló Ana cuando nació mi hija, he corregido con una fluidez nunca antes experimentada. Al cabo de un rato, he decidido dar un paso más: me he levantado y en la cadena musical del despacho he puesto a toda pastilla un compacto de grandes éxitos del blues. Nadie podía sentirse incordiado; en todo el edificio sólo estábamos el vigilante y yo. Así que, envuelto en una sonoridad que nada tenía que envidiar a la de la bóveda del Sydney Opera House, he seguido tecleando con frenesí el ordenador. De repente, por encima de la montura de mis gafas, he divisado a través de la puerta entreabierta del despacho del jefe un rayo de luz que iluminaba esa antigua y reluciente máquina de escribir que hoy en día no tiene otro uso más que el meramente decorativo. Cuando ya iba a ponerle papel, he reparado en que estaba inmerso en uno de esos estados epifánicos que tanto escasean y me he sentido en la gloria.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada