24 de nov. 2011

CONSECUENCIAS DEL RACISMO

Foto: Will Counts
¿Alguien recuerda esta foto? Se tomó el 4 de septiembre de 1957. Las principales protagonistas son la negra Elizabeth Eckford y la blanca Hazel Bryan Massery. Una le increpa a la otra. Pretende impedir a toda costa que llegue al aula del Instituto Central de Little Rock en su primer día de clase. «¡Vuélvete a casa! ¡No queremos putas negras en nuestro colegio!», le grita. Ambas tienen la misma edad, quince años.
A resultas de aquella imagen, Elizabeth se convirtió en la alumna más famosa de Estados Unidos. Hazel, en cambio, no pasó un solo día con su compañera negra. Sus padres optaron por sacarla inmediatamente de aquel instituto. La primera era la única fémina de los nueve estudiantes negros que formaron parte de un proyecto de integración racial en la escuela. No lo tuvo nada fácil. Era la más vulnerable de sus compañeros y se había convertido en todo un símbolo, de manera que los segregacionistas fueron a por ella pensando que si conseguían echarla del instituto los otros ocho alumnos negros seguirían sus pasos. Elizabeth resistió.
En 1997, cuarenta años después de aquel suceso, en un acto conmemorativo que llegó a presidir el mismísimo Bill Clinton, Elizabeth y Hazel se reencontraron. Y, más adelante, volvieron a verse hasta el punto de que sus encuentros llegaron a hacerse rutinarios. Elizabeth comprendió lo paralizada por la rabia y el odio que siempre había estado desde aquel suceso. Hazel, por su parte, había tomado conciencia de que la amargura que algunos negros sentían era una herida que no curaría con palabras amables y que había que hacer algo más. Todo parecía indicar que borrarían definitivamente las huellas de su convulsa juventud. Sin embargo, la opinión pública se inmiscuyó en aquella reconciliación tildándola de buenista y propagandística. Fue tal la presión que ejerció sobre ambas que acabó distanciándolas de nuevo. Elizabeth era de la opinión que la verdadera reconciliación sólo puede darse cuando reconocemos de forma sincera nuestro pasado doloroso, pero compartido. Hazel, en cambio, creía a pies juntillas que para que se produjera ese sincero entendimiento era imprescindible liberarse del odio y pasar página para siempre. Por desgracia, no hubo un final feliz.
El otro día, asqueado por la noticia de la mujer que roció con gas pimienta a la multitud que hacía cola en la puerta de unos grandes almacenes para que nadie se le adelantara en la compra de unos artículos electrodomésticos a precio de saldo, así como por la de la fiesta rave que se celebraba en una cámara frigorífica de mi ciudad (cuánto ha cambiado el mundo desde 1997), creí intuir en una tercera un atisbo de esperanza. Un racista renegado se ha sometido a dolorosas operaciones quirúrgicas para eliminar de su rostro los tatuajes que dejaban entrever lo que fue en el pasado. Al parecer, no hay trabajo para quien lleva marcas de odio en la piel. El pobre hombre estaba atrapado en su vida anterior. Ahora sólo hace falta ceer que su valeroso acto no es interesado. Quiero creerlo. Debo creerlo.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada