22 de nov. 2011

ESOS ETERNOS 'FAR WEST' DE PAPEL

Foto: Imágenes Google
Por la mañana, mi compañera de trabajo Mónica me preguntó si alguna vez había leído una de esas novelitas baratas del far west que se vendían (¿se venden aún?) en los quioscos. Le dije que sí, faltaría más. Lo que no quise aclararle fue la cantidad ni el tiempo que había transcurrido desde su lectura. De haber seguido insistiendo le habría tenido que confesar que en toda mi vida tan sólo he leído una, y fue este verano pasado. Se la compré a Véronique, mi librera pedestre, aunque no por ello menos librera. La devoré de una sentada –¡vaya mérito!–, en una sobremesa canicular, a la sombra de una encina de la torre de mis suegros. Se titulaba Los perros rabiosos de Texas y la escribió en su juventud el ya octogenario escritor Francisco González Ledesma con el loable propósito de pagarse la carrera y contribuir de paso a la parca economía familiar. Por supuesto, ni ésta ni las otras quinientas que llegaron a salir de su puño y letra las firmaba con su verdadero nombre sino con el seudónimo de Silver Kane, un requisito indispensable por cuanto daba realce a la colección y escondía además la identidad de los autores, republicanos represaliados por el franquismo en su inmensa mayoría.
Este subgénero literario que había surgido en los despachos de la editorial Bruguera, reinó en España en los años sesenta con increíbles ventas millonarias. Como si de una banda de forajidos se tratara, impusieron su ley en diversas colecciones (Ases del Oeste, Bisonte, Héroes de la pradera, El Virginiano...) un puñado de escritores ocultos que trabajaban a destajo, entre los que, aparte del ya citado Silver Kane, destacaban Keith Luger, Meadow Castle y el gran Marcial Lafuente Estefanía. “Se publicaban diez títulos nuevos al mes, de los que quizá uno era decente”, recordaba hace unos años uno de los autores que vivieron aquellos tiempos de bonanza. Con tales premuras, no era extraño que las páginas de esos adorables libritos estuvieran plagadas de onomatopeyas, puntos y aparte y topicazos. Aunque bien es verdad que también podían encontrarse jugosos párrafos y diálogos inolvidables como el siguiente, previo a un duelo entre pistoleros:
«– Nombres. – ¿Pa... para qué quieres saberlos? – Para las esquelas. Soy un hombre caritativo y os pagaré una a cada uno en el diario de Dodge City».
Los argumentos incluían siempre a tipos rudos, fulleros, cuatreros, marshalls corruptos, indios y chicas con un pasado promiscuo en Abilane, Kansas. En cuanto a las portadas kitsch, no tenían desperdicio.
Por la tarde, de camino a casa, en uno de esos nuevos bancos de madera de Las Ramblas que no se sabe muy bien hacia dónde miran (nada que ver con aquellas sillas de metal encadenadas que, a cambio de veinticinco pesetas, daban derecho a pasarse la tarde entera contemplando el mejor teatro de la ciudad), un vejete con faria, boina y bastón, completamente abstraído en su novelita del lejano oeste americano, se mantenía al margen del alud de turistas y de la plaga de modernos bufones paquistanís que se ganan la vida lanzando objetos luminosos por encima de los plátanos mientras hacen notar su presencia con estridentes silbatos encastrados en la boca. ¡Cómo lo envidié! 

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada