26 de nov. 2011

LITERATURA DE VIAJES (I)

Foto: Imágenes Google
A principios de año, en la comida posterior a un club de lectura en Negray- Criminal, rompimos el protocolo por unos instantes. En vez de hablar de literatura policíaca, quisimos adentrarnos en la de viajes (como si en sí una novela, cualquiera que sea la categoría donde se halle encasillada, no lo fuera. ¿O es que acaso alguien puede sustraerse de viajar al universo de congéneres imaginados cuando lee ficción? Si hasta alguna vez incluso, en la confianza del roce, nos ha parecido que nos dejaban agarrarles del brazo y se prestaban a escuchar nuestros consejos, advertencias o reprimendas). Enseguida me di cuenta de que, a diferencia del policíaco, en el género de viajes andaba yo más puesto que la mayoría de mis compañeros. Hubo quien admitió, en una honrosa confesión, que apenas le había hincado el diente. Así que me dispuse a recomendar algunos títulos, pues es un género que me encanta y respeto profundamente, no en vano le reconozco entre otros un valor didáctico que no suelen aportarme los demás. Sin embargo, cuando iba a sacar la lista de la mollera, la conversación se interrumpió y me quedé con las ganas. 
Por eso hoy, a raíz de las dos irreparables pérdidas que los seguidores de este apasionante género hemos sufrido durante el 2011, me gustaría retomar el asunto. Voy a empezar pues recordando a quienes nos han dejado este año: Sir Patrick Leigh Fermor y Michel Peissel. El primero, a quien la muerte le ha llegado cuando corregía el tercer volumen de la que está destinada a ser una trilogía imperecedera, era todo un caballero, tal como fue reconocido en su país natal, Inglaterra. Literato, aventurero, erudito, romántico, fogoso, refinado, valiente, conversador fabuloso, anfitrión encantador y un estupendo y alegre bon vivant. Partió de Londres de joven y cruzó toda Europa, básicamente a pie, hasta llegar a Constantinopla. De allí se dirigió a Grecia, donde se enamoró del país y de una princesa rumana. Y aquí lo dejo. Para quien quiera conocerlo en profundidad, ahí van dos de los títulos que a buen seguro lo inmortalizarán: El tiempo de los regalos y Entre los bosques y el agua.
En cuanto al segundo, Michel Peissel, él mismo decía que no sabía hacer otra cosa que explorar. Pero, como afirma el periodista Jacinto Antón, «también regalaba sueños, sueños de aventura y de viajes, sueños de mundos remotos y reinos perdidos». El Tíbet era su pasión, la cordillera del Himalaya el patio de sus sueños. Al igual que Leigh Fermor, gozaba de una educación exquisita y, cómo no, marcada por las lecturas de los clásicos de la aventura y de la exploración. Consideraba que aún quedan muchos lugares inexplorados como los que tentaron hasta el final su irreprimible vena de eterno curioso. Yo me quedo con este título: Mustang, reino prohibido del Himalaya.
(Continuará... )  

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