28 de nov. 2011

LITERATURA DE VIAJES (II)

Foto: Imágenes Google
(... Viene de hace dos días)
Quiero iniciar el post de hoy hablando del galés Thomas Edward Lawrence, aquel joven y frágil coronel, antiguo alumno de Oxford y apasionado por la arqueología, que, en calidad de agente infiltrado, fue capaz de levantar a todas las tropas árabes –desde Medina hasta Damasco– contra el imperio turco durante la I Guerra Mundial, heroicidad con la que se ganó el apelativo de Lawrence de Arabia. Pese a que no tengo constancia por ninguna fuente, me atrevo a considerarlo el ojo de la aguja en el que un buen número de escritores enhebró el hilo de la tradición británica de la literatura de viajes. T.E. Lawrence, además, debe figurar en los anales como el primer motard de la historia, pues él mismo calculaba haber recorrido más de un millón y medio de kilómetros a lomos de sus Brough (algo así como las Rolls Royce de las motos deportivas). Cuando se bajaba de ellas, incluso tuvo tiempo de escribir un clásico, Los siete pilares de la sabiduría, en el que cuenta su periplo por tierras árabes. Murió en un accidente de moto.
Algo posterior a él es el prolífico autor inglés Norman Lewis, a quien Graham Greene tenía como uno de los mejores escritores ingleses no ya de una década particular sino de todo el siglo XX. Corroboro sus palabras y destaco dos títulos, para mí auténticos solomillos de vaca gallega o gerundense: Nápoles 1944 y Un imperio de Oriente: Viajes por Indonesia
Y llego a otro inglés, Bruce Chatwin, un cadáver exquisito, muerto antes de los cincuenta por culpa del sida. Entró a trabajar en la compañía de subastas Sotheby’s con tan sólo dieciocho años y fue tanta su agudeza visual que a los veintiséis ya era el director. Sin embargo, a causa de sus exhaustivos análisis de las piezas de arte, empezó a tener problemas de visión. Renunció entonces a su puesto de trabajo, empezó a estudiar arqueología y se adentró en la profesión de las letras –tarde– después de que su vocación literaria naciera en un lugar de lo más inhóspito, la Patagonia. Escribió una especie de anatomía de la inquietud a partir del dicho de Pascal acerca del hombre que se está quieto en una habitación. Si hay escritores que sólo funcionan así, a domicilio, con la silla adecuada y los estantes repletos de diccionarios y enciclopedias, él era de los que quedaba paralizado en un sitio cerrado. Necesitaba del contacto con la vida, igual que otros grandes autores como Melville, Hemingway o el mismísimo Dostoievski. De él destaco En la Patagonia y Los trazos de la canción.    
(Continuarà... )

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