6 de nov. 2011

LOCA CRÓNICA DE LAS CANARIAS (I)

Foto: Imágenes Google
Con la visita a las Islas Canarias, y si no surge ningún imprevisto de última hora, creo haber completado la rueda de tanatorios a los que acudiré este año a fin de llevarme a todos los asesores y gerentes funerarios que constituyen los intestinos de nuestro poderoso cliente al molino de mi empresa. Se trata de hacerles seguir las directrices que, como proveedores, nos marcamos de antemano para que en el futuro nos hagan la vida más llevadera gracias a nuestro programa informático. A cambio, y en justa compensación, un compromiso ineludible: facilitarles argumentos de venta, pan comido para quien se ha pasado quince años en el ajo o tajo.
De entrada, la cosa pintaba bien; incluso osé interpretar el destino como un premio por mi buen hacer durante todo el año. Sin embargo, la realidad enseguida se encargó de demostrarme que me había equivocado de todas todas. Las Canarias casi se me atragantan. Eso sí, me parece que he establecido una marca difícilmente igualable: la visita a tres islas del archipiélago canario –Las Palmas, Lanzarote y Tenerife– en el tiempo récord de treinta y seis horas.
Los planes se trastocaron en cuanto supe que ya no me quedaba ningún día festivo este 2011. Había estado fantaseando con tres jornadas de turismo a mis anchas que se desvanecieron de un plumazo. Sin comerlo ni beberlo, la carroza se había convertido en calabaza, y mi anhelado viaje a la tierra de la isa y los carnavales en un vulgar viaje de negocios. De tanatorio en tanatorio y tiro porque me toca.
Si bien el coordinador de zona me esperaba puntualmente en el aeropuerto de Las Palmas, el conductor que tenía que venir a recogernos se tomó su tiempo: una hora larga. La primera reunión empezó así con un considerable retraso. Como no estaba dispuesto a quedarme sin comer, abrevié cuanto pude. Luego, vuelo interno hasta Lanzarote en un bihélice que, cómo no, se demoró lo suyo en el despegue. Más retraso. Una charla aún más breve y de vuelta al aeropuerto a 180 kilómetros por hora por la autovía de la isla negra para no perder el vuelo a Tenerife. En una curva tomada a 120 me vi yo también difunto durante unos segundos. Para postres, me medio despelotaron en el control. Entendí a Laporta cuando se quedó en calzoncillos.
En Tenerife, nos esperaba un taxista compadre del coordinador. Dejé mi equipaje en el hotel y lo volví a llamar, dispuesto a desquitarme. Al menos iba a cenar como mandan los cánones. Me llevó al barrio de Las Teresitas de Santa Cruz y, como me gustó su conversación, lo invité a compartir mesa conmigo. Ante un enorme abadejo –la primera palabra del volumen dedicado al reino animal de mi querida enciclopedia temática Oxford– y unas deliciosas papas arrugadas con mojo picón rojo y verde, regados con una botella de listán blanco, todos mis males se disiparon de golpe. Ahora, mi reino por un cigarro puro.
(Continuará... )

1 comentari:

  1. Es que no se puede ir así...Es como si bo hubieras ido...ja, ja

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