4 de nov. 2011

¿QUÉ FUE DEL NUEVO PERIODISMO? (Y II)

Foto: Imágenes Google

(... Viene de hace cuatro días)
Parecía claro que el cambio a peor con respecto a décadas anteriores se había consumado. Aquel espíritu de los sesenta y setenta, y aun de los primeros ochenta, en que el auge de las grandes revistas norteamericanas –con New Yorker, Harper’s y Esquire a la cabeza– fomentaba un clima de confianza en las europeas, se desleía a pasos agigantados. Tuve la oportunidad de comprobarlo el tiempo que estuve como becario en La Vanguardia. La situación de los corresponsales no había cambiado, pero sí la de los enviados especiales, ahora sometidos al régimen del viaje relámpago. Los grandes desembolsos pecuniarios en aras del reportaje egregio habían llegado a su fin, y sin ellos el nuevo periodismo era ya historia. Cualquier trabajo que guardara con él cierto parecido no dejaba de ser una pura coincidencia.
Y es que en la época de los Talese, Capote, Mailer o del omnipresente Tom Wolfe la persecución del objetivo era larga, paciente y, sobre todo, cara, muy cara. La grabadora estaba condenada al ostracismo, no en vano había otros medios más eficaces de llegar al reportaje completo, a una objetividad que sólo podía alcanzarse mediante una subjetividad bienintencionada. Hablar de un personaje como Leonard Bernstein podía implicar hablar hasta con un taxista que lo llevó alguna vez desde el aeropuerto Kennedy de Nueva York hasta su residencia en Manhattan. A veces, el ama de llaves de esa residencia era un personaje fundamental. Cuando de Frank Sinatra se trataba, Gay Talese descubría que la viejecita encargada de acompañarlo en todas las giras con la única finalidad de tener a buen recaudo el maletín en que el cantante guardaba sus decenas de peluquines podía decir al lector mucho más que su jefe sobre cómo era, quién era y por qué se comportaba como lo hacía. El propio Capote en A sangre fría demostró que su talento no estaba sino basado en la supervivencia de algo que tenía que ver muy mucho con el más viejo periodismo: la incansable persecución a pie de la historia. La cocción del reportaje requería del fuego lento, de un considerable gasto de suelas con la billetera rebosante. Aquellos nuevos periodistas contaban generalmente con la fe ciega de sus empleadores. Jamás se les negaba nada.
La maldita grabadora es hoy nuevamente el artefacto que todo lo resuelve. En esta época de litigios, invasiones de la intimidad, difamaciones y otras costumbres de mal vivir periodístico, la grabadora presenta la enorme ventaja legal de que ahí queda recogida la prueba de lo que fulano le respondió cuando mengano le preguntó. Su uso generalizado ha constituido sin duda el arma mortal que ha terminado con la existencia de un periodismo artesanal. Claro que ahora, en un proceloso océano de intereses ocultos, justo es reconocer que el instrumento de marras no deja de ser una nimia gota para explicar qué ha sido del periodismo a secas.

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