1 de des. 2011

ACTO DE CONTRICIÓN ANTE ULURU

Foto: Gabi Vilas
Por la Stuart Highway, la carretera que atraviesa Australia de arriba abajo, donde tan sólo un mes antes un camello había atropellado a un matri- monio yanqui al meter literalmente la cabeza por la ventana de su furgoneta, volvimos a adelantar a una nueva pareja de tenaces ciclistas japoneses que pedaleaba en dirección norte. Era la cuarta a la que rebasábamos desde nuestra salida en Adelaide. Al igual que nosotros, aquellos ciclistas estaban a poco más de cien kilómetros de culminar su objetivo: plantarse delante de ‘Ayers Rock’ (Uluru para los aborígenes).
Esta formación rocosa está situada casi en el centro exacto de Australia, en el llamado ‘Red Center’, y tiene un profundo significado histórico y cultural para los habitantes autóctonos, los aborígenes anangu, pues representa el punto crucial en la intrincada red de rutas del Tjukurpa o Tiempo del Ensueño (‘Dreamtime’) –el principio de todo, la creación–. Para poder abordar este concepto hay que entender que se trata de un equivalente aborigen de los dos primeros capítulos del Génesis, con una diferencia significativa. En el Génesis, Dios creó las «cosas vivas» y después moldeó a Adán con arcilla. En Australia, los antepasados se crearon a sí mismos con este material, por centenares y millares, uno para cada especie totémica. Así pues, si el Ensueño es un canguro, significa que el tótem es un canguro y que el aborigen es miembro del clan canguro. Cada hombre canguro cree descender de un padre canguro universal, el antepasado de todos los hombres canguro y de todos los canguros vivientes. Los canguros, por lo tanto, son sus hermanos. Matar a uno de ellos para comerlo es al mismo tiempo un fratricidio y un acto de canibalismo.
Los mitos aborígenes de la Creación hablan de los seres totémicos legendarios que deambularon por el continente en el Tiempo del Ensueño, cantando el nombre de todo lo que se les cruzaba por delante –animales, plantas, rocas, charcas– y dando vida al mundo con su canción. De acuerdo con las creencias aborígenes, la tierra a la que no le cantan es una tierra muerta. Por lo tanto, si se olvidaban las canciones, la tierra misma moriría. Para ellos, toda Australia puede leerse como una partitura musical. Los trazos de la canción vienen a representarse visualmente como espaguetis que se enroscan en todas direcciones y cuyos «lugares sagrados» se pueden leer en términos geológicos. Una canción es al mismo tiempo un mapa y un medio de orientación. Si conoces la canción, siempre podrás encontrar tu itinerario a través del país. Los aborígenes tienen una filosofía apegada a la tierra. Ésta da vida al hombre con su alimento, su lenguaje y su inteligencia. Así pues, al morir éste, aquélla los recupera. Por lo tanto, aunque la tierra sea un erial poblado de hierbajos espinosos, es en sí misma un icono sagrado que debe mantenerse incólume.
Puedo asegurar que, frente a Uluru, rendido ante el embrujo de su imponente presencia y de sus cambios de color –sobre todo ante ese rojo brillante que adquiere cuando la acaricia el sol del atardecer–, yo también la transformé en algo similar a lo que significa para los aborígenes. De tal manera que comprendí que había cometido un sacrilegio por haberla escalado durante la mañana (hoy en día, afortunadamente, está prohibido) y, en el más absoluto de los silencios, le pedí perdón.

Cap comentari:

Publica un comentari a l'entrada