16 de des. 2011

INDISCRECIONES TECNOLÓGICAS

Foto: Imágenes Google
Estos días estoy disfrutando de lo lindo con los extractos en vídeo del juicio por el caso Gürtel. Son tan sugerentes que si un grupo de investigadores de los más variados ámbitos del saber se molestara en analizarlos a fondo, elaboraría con suma facilidad un ensayo sobresaliente. Se me ocurre, por ejemplo, que un estudioso de la literatura se podría poner las botas ahondando en la evolución del pícaro español desde el Siglo de Oro hasta nuestros días. O que, con una buena subvención del Estado, un semiótico dedicaría sin duda toda una carrera a descomponer en signos las conversaciones y silencios telefónicos de algunos de esos villanos de tres al cuarto hasta arrojar un poco de luz sobre sus arteras intenciones. Por no hablar de cómo se recrearía un zoólogo estableciendo pautas de conducta relacionadas con otras familias de animales, como con la de los accipítridos carroñeros o con la de esos chacales en permanente búsqueda de desechos.
En uno de esos extractos, en el que se escucha la conversación telefónica intervenida entre el Bigotes y Correa –mis favoritos–, se produce un momento sublime. Durante veinte segundos, el Bigotes enmudece y Correa se inquieta hasta el punto de hallarse en un tris de colgar. «¿Qué ocurre?», le pregunta. De golpe y porrazo, del otro lado regresa jadeante la voz del primero. Al parecer, mientras hablaba, ha estado a punto de sufrir el robo de su teléfono móvil por parte de unos ladrones que, subidos en una motocicleta, han invadido la calzada. El gran “chorizo” siendo víctima de unos delincuentes comunes. Memorable. El hombrecillo se ha visto obligado a correr hasta el portal de su domicilio para huir del peligro. De ahí su respiración entrecortada. El otro, al que antes le ha picado tanto la curiosidad como para resistirse a colgar, ahora lo consuela. Esa curiosidad, la misma que mató al gato, en el futuro les va a costar muy cara. Digo esto porque cuando finalmente se normalice la conversación entre ambos, sus palabras van a ser determinantes para verse incriminados en el delito por el que en el momento actual se los juzga. Han incurrido en una indiscreción tecnológica imperdonable que me ha recordado la fatal imprudencia que no hace mucho cometió un joven ejecutivo británico. Os la explico. Al sujeto, que todos los días llegaba al trabajo en un flamante deportivo rojo gracias a las 200.000 libras esterlinas que le pagaba anualmente la consultora Star Brooks de Manchester, dedicada al reclutamiento de candidatos especializados en banca y marketing, se le ocurrió contestar con desprecio a un aspirante a obtener su primer trabajo. Éste había enviado un sencillo correo electrónico ofreciendo sus servicios a 4.000 contactos, entre ellos Star Brooks. Pero cometió un error. En vez de guardar el anonimato de todos ellos colocándolos en el campo de “Ocultos”, los hizo visibles en el de “Para”. Ese hecho encendió de tal manera al ejecutivo que, con la prepotencia del triunfador, le respondió: «Eres demasiado idiota para tener un trabajo, incluso en banca”. Al hacerlo, esta vez fue él quien cometió dos errores garrafales. Primero pulsó la tecla “Responder a todos” y, acto seguido, el botón “Enviar”. El lío estaba servido. La competencia, dispuesta a sacar tajada, no dudó en denunciarlo. ¿Quién era ahora el idiota?
El dedo de la rutilante estrella acababa de cambiar el destino de su carrera profesional, pues de un plumazo dio al traste con su inmaculada trayectoria al sufrir la firme condena de la sociedad. Ni que decir tiene que fue inmediatamente puesto de patitas en la calle. Sin duda, una instructiva fábula sobre los riesgos implícitos en los modernos artilugios tecnológicos.

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