27 de des. 2011

EL TITÁN DEL QUIQUIBEY (Y II)

Foto: R. Berrocal
(... Viene de hace dos días)
En la terminal de trenes de la liberación en Toulouse, en 1945, Antonio García Barón ya había tenido tiempo de dibujar su futuro. No albergaba ninguna duda sobre su renuncia al dinero, al lujo y a una posición social en favor de una vida lo más sencilla posible, carente de los mecanismos de codicia que generan el odio y la competitividad. El único obstáculo para dar el salto al anhelado destino era salvar la burocracia europea. Fue un parto difícil, pero en cuanto se presentó la ocasión se embarcó con rumbo a Bolivia. «¿Qué podía esperar ya de aquel continente que me había deparado dos guerras en el espacio de pocos años, la destrucción de mi familia, de muchos de mis parientes y amigos, y una estancia de cinco años en uno de los peores campos de exterminio nazis? Debía buscar a partir de ahora un paisaje nuevo, algo más que aquel trozo de cielo austriaco que veíamos desde Mauthausen, un mundo distinto, renovado, libre de las huellas de Caín».
Si durante un lustro la única libertad posible había pasado por el suicidio, en adelante se sustentaría en la frondosidad de la selva amazónica. No estaba dispuesto a matarse por la comodidad. Acostumbraría su maltrecho cuerpo a tan sólo lo imprescindible, ordenando su vida de una forma racional y espiritual. Mauthausen le había enseñado que no hay cosa peor que recordar en la adversidad los tiempos felices. Pero aquella etapa había quedado atrás para siempre y ahora ambicionaba todo lo contrario, emprender un proyecto de vida que en el futuro le permitiera recordar cuánto había merecido la pena. Había sobrevivido al infierno y, pese a que esa circunstancia sería su remordimiento, también sería su venganza. Odiaría odiar, aunque no olvidaría jamás.
La lectura de El precio del paraíso despertó en mí un ardoroso deseo de regresar a la tierra que devolvió a la vida a Antonio García Barón. Me pasé dos años sin quitarme de la cabeza esa remota región del Beni que apenas había tenido tiempo de degustar. Ansiaba con todas mis fuerzas volverme a adentrar en la espesura de la selva. Y un día sucedió lo inimaginable. Recibí una llamada de Marco Antonio, mi guía, el nieto del aragonés. Se había pasado un año malviviendo en Mallorca, sumido en una insana añoranza. A la semana siguiente volaba desde Barcelona con destino a Rurrenabaque, su tierra, y me pidió que lo acogiera en mi casa durante una noche. Se me disparó el corazón con tanta furia que en cuanto colgué el teléfono me fui a comprar mi billete. Marco Antonio no se iría a Bolivia sin mí. Pocas veces me he sentido tan satisfecho de haber tomado una decisión tan drástica como en aquella ocasión. Ni que decir tiene que los quince días que pasé en la selva boliviana fueron los más intensos de toda mi vida. Puedo asegurar que jamás he encontrado a una persona tan noble como Marco Antonio, digno heredero de su abuelo. Y sí, como no podía ser de otro modo, conocí también a Antonio García Barón, con quien me bastó media hora de charla para percatarme de que estaba ante un ser humano extraordinario. Un hombre que experimentó en propia piel lo bueno y lo malo de la humanidad en una situación límite, la generosidad y el envilecimiento. Tampoco tardé en darme cuenta de que era mucho mayor de lo que reflejaba su aspecto. Al fin y al cabo, ¿cuántos años de vida representan un lustro en Mauthausen?

2 comentaris:

  1. Buenas tardes, aunque no esté relacionado directamente con el articulo , comentar que llevo dos años viviendo entre quiquibey y rurrenabaque , conoci a un medico que atendió a antonio Garcia , cuando sufrió la amputación de su mano y de esta forma me interesé por la historia de este Hombre.
    actualmente vivo en San buenaventura .Tuvo que ser un gran hombre, fiel a sus convicciones.
    Mi nombre es Jose Notario .
    Un saludo.

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